Hace muchos milenios se escribieron unos textos que nos han sido transmitidos por las distintas religiones en forma de libros sagrados. Se supone que fueron dictadas personalmente por los propios dioses o por algún ser celestial. Nos estamos refiriendo a textos que tienen miles de años de antigüedad y que, en muchos casos, eran difíciles de entender. Por ejemplo, en los “
Relatos judíos de la Antigüedad” se relata lo siguiente: “
El Señor creó mil mundos al principio; después creó todavía más mundos; y todos no son nada comparados con él. El señor creaba mundos y los destruía, plantaba árboles y los arrancaba de raíz, pues crecían desordenadamente y se estorbaban los unos a los otros. Y siguió creando mundos y destruyéndolos, hasta que creó nuestro mundo. Entonces dijo: «Éste me agrada; los demás no me agradan»”.
Las antiguas tradiciones afirman (sorprendentemente) que la escritura se inventó antes que la creación del mundo. Y existía
un libro que, según se cuenta,
tenía la forma de una piedra de zafiro (
es curioso lo mucho que nos suena a un sofisticado tipo de soporte de libros digitales). Según los escritos, Raziel, un ángel (o arcángel) que
se sentaba junto al río que brotaba del Edén, es el autor de este libro llamado “
Sefer Raziel HaMalach” (el libro del arcángel Raziel), donde «
está anotado todo el conocimiento celestial y terrestre». El ángel Raziel entregó este misterioso libro a Adán. Debía de ser algo especial, pues no sólo contenía todo el conocimiento, sino que también predecía el futuro. El ángel Raziel dijo a Adán que encontraría en el libro todo «
lo que te sucederá hasta el día que mueras». Y no sólo Adán se beneficiaría de este enigmático libro, sino también sus descendientes, tal como Raziel le explicó: “
También tus hijos, que vendrán después de ti, hasta el último de la raza, sabrán por este libro lo que habrá de pasar cada mes y lo que habrá de pasar entre el día y la noche; a cada uno le será conocido (…) si habrá de padecer desventuras o hambre, si el trigo será abundante o escaso, si habrá lluvia o sequía”.
En el misticismo judío de la Cábala el arcángel Raziel es el «
guardador de secretos», «
el secreto de Dios» y el «
arcángel de los misterios». En hebreo el nombre Rzial significa ‘
secretos del dios cananeo El’. Según varios Rabinos es un querubín y el jefe de los Ofaním. Los Ofaním son considerados ángeles extraños y misteriosos ya que, según se relata en Ezequiel, ”
su aspecto es el de ruedas luminosas que giran continuamente, están cubiertas de grandes ojos y su única misión es mover el carro que transporta a Dios hasta los límites del mundo material “(¿¿¿). A Raziel se le describe como un arcángel de alas azules, aura dorada brillante alrededor de su cabeza y ropas azules que poseen propiedades sorprendentes. Se dice que Raziel estaba cerca del trono de Dios (Yahveh o Jehova) y por lo tanto oía todo lo que allí se decía y discutía.
Después que el ángel Raziel entregó el libro a Adán, sucedió algo maravilloso: “
Y en la hora en que Adán recibió el libro surgió un fuego en la orilla del río, y el ángel ascendió al cielo entre las llamas. Entonces supo Adán que el mensajero era un ángel de Dios, y que el libro se lo había enviado el santo Rey. Y lo conservó con santidad y con pureza”. En el libro estaban grabados los símbolos de la sabiduría sagrada, y en él se contenían setenta y dos categorías de conocimientos, divididas en 670 símbolos de los misterios superiores. También contenía 1.500 claves secretas. Adán leyó el libro que le otorgaba el poder de dar nombre a todos los objetos y a todos los animales. Pero cuando cometió su famoso “
pecado original”, el libro sorprendentemente «
salió volando de entre sus manos». Adán lloró amargamente y se sumergió en las aguas de un río. Cuando su cuerpo se quedó hinchado, el Señor tuvo misericordia de él y ordenó al ángel Rafael que le devolviese la misteriosa piedra de zafiro.
Adán entregó el mágico libro a su hijo Set y le explicó «
en qué consistía su poder y su maravilla. También le habló de cómo había usado él el libro, y le dijo que lo había escondido en una fisura de las rocas». Set también recibió instrucciones de como usarlo y de cómo «
conversar con el libro». Sólo podía acercarse al libro con veneración y humildad. Debía lavarse a fondo antes de utilizarlo y no debía comer cebolla, ajo u otras especias (¿¿¿). Set siguió las instrucciones de su padre y aprendió durante toda su vida de la
piedra sagrada de zafiro. Finalmente construyó
«… un cofre de oro; guardó en él el libro y escondió el cofre en una cueva en la ciudad de Enoc». El libro permaneció en aquel escondite hasta que «
al patriarca Enoc se le reveló en un sueño el lugar donde estaba escondido el libro de Adán». Enoc, el patriarca antediluviano que era el hombre más sabio de su época, fue a la cueva y por algún medio misterioso se le reveló cómo debía utilizar el libro. Y «
en el momento mismo en que le quedó claro el significado del libro, se le encendió una luz».
Enoc comprendió entonces todo lo referente a las estaciones, los planetas, las estrellas y los ángeles que dirigen sus cursos. Y ¿qué sucedió con el libro? En este caso fue otro arcángel, Rafael, el que lo hizo llegar a las manos de Noé y le explicó el modo de utilizarlo. El libro seguía estando «
escrito sobre una piedra de zafiro», y Noé, después del diluvio, lo leyó y aprendió los cursos de todos los planetas, así como «
los cursos de Aldebarán, Orion, Sirio». También aprendió de él «… los nombres de todas las diferentes esferas del cielo (…) y los nombres de todos los servidores celestiales».
Es realmente sorprendente que a Noé le pudiesen interesar los cursos de la estrella Aldebarán, la constelación de Orion y la estrella doble (o triple) de Sirio, o conocer los nombres de los misteriosos «servidores celestiales». Luego se dice que Noé depositó el libro en un cofre de oro y fue lo primero que metió en el arca. Y cuando Noé salió del arca, conservó el libro hasta el final de su vida. Para comprender cuan sorprendente es el hecho de que una referencia a la época antediluviana haga referencia a estas estrellas y constelaciones, explicaremos brevemente algo sobre las mismas.
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Aldebarán es la estrella más brillante de la constelación de Tauro y la decimotercera más brillante del cielo nocturno. El nombre
Aldebarán proviene del árabe y su significado es «la que sigue», en referencia a que esta estrella sigue al cúmulo de las Pléyades en su recorrido nocturno a través del cielo. En el siglo XVII, el astrónomo Giovanni Riccioli la denominó más específicamente
Oculus Australis («ojo del sur»). El astrónomo persa Al Biruni citaba
Al Muhdij («el camello hembra») como nombre árabe para esta estrella. En la astronomía hindú se identifica con la nakshatra, mansión lunar de Rohini, y es una de las veintisiete hijas de Daksha y la esposa del dios Chandra
. Situada a 65,1 años luz de distancia, Aldebarán es una estrella gigante naranja. Puesta en el lugar que ocupa el Sol, se extendería hasta la mitad de la órbita de Mercurio,. Su velocidad de rotación proyectada es de 5,2 km/s, por lo que su período de rotación puede ser de hasta 400 días. Aldebarán es 425 veces más luminosa que el Sol pero su masa es solamente de 1,7 masas solares; dado el enorme tamaño de esta estrella, su densidad media resulta ser muy inferior a la del Sol.
Orión, (el Cazador), es la constelación mejor conocida del cielo. Sus estrellas brillantes y visibles desde ambos hemisferios hacen que esta constelación sea reconocida universalmente. La constelación es visible a lo largo de toda la noche durante el invierno en el hemisferio norte, verano en hemisferio sur; es asimismo visible pocas horas antes del amanecer desde finales del mes de agosto hasta mediados de noviembre y puede verse en el cielo nocturno hasta mediados de abril, al menos en el hemisferio norte. Orión se encuentra cerca de la constelación del río Eridanus y apoyado por sus dos perros de caza Canis Maior y Canis Minor peleando con la constelación del Tauro. El Complejo de Nubes Moleculares de Orión es una gigantesca estructura de hidrógeno, polvo, plasma y estrellas nacientes que abarca la mayor parte de la constelación. El complejo
está ubicado a una distancia de 1.500 años luz de la Tierra y destaca especialmente por ser una región de intensa formación estelar y por las extraordinarias nebulosas que la forman.
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En la mitología griega Orión fue un gigante que, según algunas versiones, nació de los orines de los dioses Zeus, Poseidón y Hermes. Un día los dioses visitaron a un anciano llamado Hirieo que no podía tener hijos pero deseaba tener uno. En agradecimiento por su hospitalidad le concedieron su deseo: orinaron en la piel del buey que se habían comido. Cuando finalizaron le dijeron que enterrara la piel y que dentro de nueve meses tendría a su hijo. Después del plazo mencionado nació un niño que fue llamado Orión en recuerdo de los orines que lo habían engendrado. Existen diversas versiones del mito de Orión. Una de ellas cuenta que Orión había violado a Mérope, hija de Enopión, quien por ello, lo dejó ciego. Helios le devolvió la vista y a continuación Orión se convirtió en compañero de caza de Artemisa y Leto. Prometió aniquilar todo animal que hubiera sobre la tierra, por lo que Gea se enfadó e hizo nacer un escorpión enorme que picó a Orión y lo mató. En otra versión fue Artemisa la que lanzó el escorpión contra Orión.
Existe otra tradición que sostenía que Artemisa se había enamorado de Orión, lo cual despertó celos en Apolo, hermano gemelo de Artemisa. Un día Apolo, viendo a Orión a lo lejos, hizo una apuesta a su hermana desafiándola a que no podía asestarle una flecha a un animal (o a un punto brillante lejos en el océano, en otra versión) que se movía a lo lejos dentro de un bosque (o en lo lejano del mar). Artemisa lanzó su flecha y dio, como siempre, en el blanco. Cuando fue a ver su presa, se dio cuenta de que había aniquilado a su amado Orión. Fue tan grande su tristeza, sus quejas y sus lamentos que decidió colocar a Orión en el cielo para su consuelo. Otra leyenda cuenta que Orión acosaba a las Pléyades, hijas del titán Atlas, por lo que Zeus las colocó en el cielo. Todavía parece que, en el cielo, Orión continúa persiguiendo a las Pléyades. Orión está representado por un guerrero alzando su arco, su espada o garrote y cubriéndose del enemigo con un vellocino o un escudo. A su lado se encuentran sus perros de caza: Canis Maior y Canis Minor. En la Mitología egipcia la estrella de Orion estaba asociada al dios Osiris.
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Sirio es el nombre propio de la estrella
Alfa Canis Majoris, la más brillante del cielo nocturno vista desde la Tierra (exceptuando al Sol), situada en la constelación del hemisferio Sur Canis Major («El Can Mayor»). Esta estrella tan notable, a veces llamada «
estrella perro» a raíz de la constelación a la que pertenece, es muy conocida desde la antigüedad; por ejemplo, en el antiguo Egipto, en que la salida de Sirio marcaba la época de las inundaciones del Nilo. Sirio es una estrella blanca
situada a 8,6 años luz del Sistema Solar, lo que la constituye en la quinta estrella más cercana. Sirio es una estrella binaria. Friedrich Bessel, en 1844, analizó con precisión las variaciones en el movimiento propio de Sirio, y dedujo la presencia de una compañera. Ésta, un objeto muy débil ahora llamado Sirio B o «
el cachorro», fue observada casualmente en 1862 por el famoso constructor de objetivos astronómicos, Alvan Graham Clark, cuando estaba enfocando sobre Sirio el telescopio que acababa de terminar para el Observatorio Naval de Washington.
Se estima que la masa de Sirio A es 3,5 masas solares y que la de su compañera es de aproximadamente una masa solar. Pero dada la muy baja luminosidad de Sirio B, se deduce que su volumen es similar al de la Tierra, es decir, 1.600.000 veces menor que el solar. Por consiguiente, su densidad media es 1.600.000 veces la del Sol, por lo que un litro de liquido pesaría más de
2.000 toneladas. Para tener una idea de lo que esto significa, baste recordar que 2.000 toneladas era el peso de la última etapa llena de combustible del gigantesco cohete Saturno V, el utilizado en las misiones Apolo. Debido a ciertas irregularidades en la órbita de Sirio A y Sirio B se ha sugerido la presencia de una tercera estrella, Sirio C, una enana roja en una órbita elíptica de 6 años alrededor de Sirio A. Este objeto aún no ha sido observado y se discute su existencia real.
También debemos añadir que el año del calendario maya comienza el 26 de julio, cuando la estrella Sirio A y el Sol aparecen simultáneamente al amanecer.
“Antes de morir Noé dio el libro a Sem, que lo dio a Abraham, y éste a Isaac, que lo pasó a Jacob, que a su vez se lo dio a Leví, éste se lo dio a Kehat, Kehat se lo dio a Amrom; Amrom se lo dio a Moisés; Moisés se lo dio a Josué, Josué se lo dio a los ancianos; los ancianos se lo dieron a los profetas; los profetas se lo dieron a los sabios; pasó de generación en generación hasta que llegó al rey Salomón. También a él se le reveló el libro de los misterios y adquirió una sabiduría inmensa (…). Levantó grandes edificios, y gracias a la sabiduría del libro sagrado hizo prosperar todo lo que emprendía (…). Feliz aquel cuyos ojos han visto, cuyos oídos han oído, cuyo corazón ha comprendido la sabiduría de este libro”. Este relato fantástico del libro de Adán podía catalogarse como simple fruto de la imaginación del autor, si no fuera porque la idea de la piedra de zafiro no encaja de ningún modo, debido a la antigüedad del escrito.
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Al que se le ocurrió este relato se supone que sólo podía imaginarse libros hechos de papel, pergamino, barro cocido, u otros materiales similares. Entonces ¿de dónde salió la idea de una piedra de zafiro haciendo la función de libro? Hasta hace poco, la idea de que toda una enciclopedia pudiera grabarse en una
piedra preciosa era inimaginable. Pero actualmente los diccionarios en soporte digital son una realidad e incluso los científicos están estudiando la posibilidad de almacenar información en cristales. Además, según el relato,
Adán mantenía «conversaciones» con el libro de zafiro. ¿De dónde sacó el autor este y otros detalles tan concretos y sorprendentes? Asimismo, informaciones como las «
72 categorías de conocimientos», los «
670 símbolos de los misterios superiores» y las «
1.500 claves», son tan precisas que resultan sorprendentes. Otro tema realmente increíble es que el autor diera tanta importancia a ciertas estrellas y constelaciones tan alejadas de la Tierra.
¿Por qué Adán y sus descendientes tenían que conocer los cursos de Aldebarán, de Orión y de Sirio?
Se dice que el ángel Raziel, que entregó el libro de zafiro a Adán, también «
ascendió al cielo entre las llamas», pero no antes de que surgiera un enigmático «
fuego en la orilla del río». En el texto apócrifo “l
a vida de Adán y Eva” se relatan historias, en tiempos de Adán, en que aparece la figura del fuego y de los carros volantes. Aunque la versión que ha llegado a nosotros data del 730 d.C, se basa en documentos de gran antigüedad. En este texto se dice: “
Eva miró a los cielos y vio un carro de luces que se aproximaba, tirado por cuatro águilas brillantes, cuya belleza magnífica no puede expresar nadie nacido de mujer”. Parecería que Eva fue la primera persona que vio un OVNI. El mismo Señor que había creado a Adán y a Eva, y que de vez en cuando se daba paseos por el jardín del Edén, también subió a bordo de este
carro de luces: “
Y he aquí que el Señor de la fuerza montó en el carro; cuatro vientos lo empujaban, los querubines guiaban los vientos y los ángeles del cielo iban por delante...”.
Adán aprendió también del libro de zafiro los nombres de todas las esferas del cielo, así como los nombres de los
mensajeros celestiales. Pero ¿qué son estas esferas del cielo? Los “
Relatos judíos de la Antigüedad” nos proporcionan valiosa información: “
La primera esfera se llama Vilón; desde ésta se observa la humanidad. Por encima de Vilón está Rakia, donde se encuentran las estrellas y los planetas. Todavía más arriba está la esfera de Schechakim, y más allá de ésta están los cielos que se llaman Gebul, Makhon y Maon. La esfera más alta del cielo, más allá de Maon, se llama Araboth. Allí residen los serafines. Allí están también las ruedas sagradas y los querubines. De fuego y de agua son sus cuerpos. Pero se mantienen íntegros, pues el agua no apaga el fuego ni el fuego seca el agua. Y los ángeles elevan alabanzas al Altísimo, bendito sea Su Nombre. Pero lejos de la gloria del Señor residen los ángeles. Están a 36.000 ‘millas’ de Él, y no ven el lugar donde reside Su gloria”.
Evidentemente en el escrito original no se hablaba de millas, sino de una unidad de medida desconocida, que algún traductor sustituyó por millas. Pero, curiosamente, el número 36.000 no ha variado. Es remarcable que estas esferas celestiales no sólo se caracterizan por sus medidas de distancia, sino también de tiempo. Entre un cielo y otro hay «
escaleras», y para cruzarlas se precisa un periodo de «
500 años de viaje». Aplicando conocimientos científicos actuales
se cree que se estaría relatando una distancia de diez años luz y un viaje a la escalofriante velocidad de unos 6000 Km/seg. Normalmente estos relatos se catalogan como mitos y leyendas, que pueden fácilmente ser considerados como pura ficción. Pero las leyendas y mitos deberían ser considerados un vínculo relevante para la investigación histórica y la ciencia.
Además, las leyendas y mitos son universales,
ya que hay grandes coincidencias entre distintas culturas, como las judías, persas, árabes, griegas, hindúes y americanas. Es posible que sus dioses y héroes tengan distintos nombres, pero la esencia de los relatos es muy similar. Como un claro ejemplo tenemos la leyenda del diluvio, que se relata en todo el mundo. Y en las leyendas no importa
cuándo sucedió algo, sino lo que sucedió. En la versión bíblica del diluvio, la gente tenía que hacer un acto de fe con
este relato, hasta que se realizó un importante descubrimiento en la colina de
Kujunds-hik, donde estuvo la antigua ciudad de Nínive. Los arqueólogos sacaron a la luz 12 tablillas de barro cocido que habían pertenecido a la biblioteca del rey asirio Asurbanipal. En ellas se cuenta la historia de Gilgamés, rey de Uruk, que era un semidios y que emprendió la búsqueda de su antepasado terrenal Utnapishtim (el bíblico Noé).
Utnapishtim cuenta que los dioses le advirtieron de la llegada del diluvio y le ordenaron construir un barco en el que debía refugiarse con sus mujeres, sus hijos, sus parientes y con artesanos de todos los oficios. Las descripciones de la tempestad, de la oscuridad, de la subida de las aguas y de la desesperación de los que no podían subir al barco son verdaderamente apasionantes. También leemos, como en la Biblia, el relato del cuervo y de la paloma a los que se envía a buscar tierra firme, y cómo, cuando descienden las aguas, el barco queda varado en lo alto de una montaña. Las semejanzas entre el relato del diluvio en la
Epopeya de Gilgamés y en la Biblia son evidentes, aunque intervienen dioses y circunstancias diferentes. El relato del diluvio se cuenta en tercera persona en la Biblia,
mientras que en la epopeya de Gilgamés se utiliza la primera persona, dando a entender que es el relato de un testigo presencial que conoció realmente el diluvio.
Las leyendas se mantienen vivas en la conciencia popular como un vago recuerdo de un remoto pasado. Repasando los relatos y las tradiciones de la humanidad que han sido transmitidas, parece ser que algún dios
creó al primer ser humano. Puso a este ser en el jardín del Edén o paraíso, que según las antiguas tradiciones judías existía desde mucho antes de que fuera creado el mundo (¿¿¿).
Las leyendas judías nos dicen que Adán y Eva no eran los únicos habitantes del Edén: «
Sera, hija de Aser, es una de los nueve que entraron vivos en el jardín del Edén». ¿Quiénes eran los otros misteriosos habitantes del Edén? Se relata que Dios había decidido crear al ser humano, pero antes de hacerlo preguntó a sus jerarquías angélicas qué les parecía la idea.
Y como estaban en contra, «El Señor extendió el dedo y quemó a todos, hasta el último».
Curiosa y cruel reacción de este supuesto dios, Dios volvió a formular la misma pregunta a otros ángeles, con el mismo resultado. Un tercer grupo de ángeles comprendió que no tenía sentido oponerse, de modo que Dios creó a Adán «
con sus propias manos».

Se dice que el primer ser humano era superior a los ángeles en algunos aspectos. Y a éstos les molestaba pensar que los seres humanos dominarían todo un planeta y podrían reproducirse a voluntad. Al parecer, los ángeles no pueden reproducirse y, por lo tanto, tenían celos del ser humano.
En aquel tiempo Ismael era el príncipe de los ángeles del cielo, ya que poseía doce pares de alas, mientras que los demás ángeles y serafines solo tenían seis pares de alas cada uno (
curiosa comparación)
. Entonces Ismael se rebeló contra su Señor, reunió a sus ejércitos, descendió con ellos a la Tierra y se puso a buscar una compañera. Dios no podía tolerar un motín como éste y expulsó a Ismael y a su ejército del lugar de la santidad. Según la leyenda judía, el pecado del jardín del Edén no tuvo nada que ver con la célebre manzana, sino con el hecho de que Ismael sedujo a Eva y la dejó embarazada. Después del acto sexual, «
ella lo miró a la cara. Y he aquí que él no parecía un ser terrenal, sino un ser celestial». Realmente parece pura fantasía.
A pesar de que los relatos se han ido copiando a lo largo de los milenios, entre los distintos pueblos del mundo puede verse un núcleo común. ¿Qué sucedió realmente en ese lejano pasado? La religión cristiana se basa en la idea de que Jesús vino al mundo para salvar a la humanidad del pecado original. Este pecado se cometió en el jardín del Edén, después que a Eva la sedujese una serpiente o un arcángel expulsado del cielo. Y ello parece fue la causa del pecado original que lo cambió todo. Pero si el pecado original no hubiese existido, no hubiese habido una necesidad de salvación por parte de Jesús. Como dice la Biblia, Dios envió un diluvio para ahogar a toda la raza humana. Pero se supone que antes había creado al ser humano «
con sus propias manos», y, si era un Dios intemporal y eterno se supone que podía prever el futuro, por lo que debía saber por anticipado la catástrofe que iba a acontecer. Las leyendas judías nos dicen que después de la seducción de Eva surgieron dos razas, la de Caín y la de Abel. Y se explica que los descendientes de Caín se comportaban como animales: “
Los de la raza de Caín iban descubiertos y desnudos, hombre y mujer como los animales del campo. Salían desnudos a la plaza (…) y los hombres procreaban con sus madres y con sus hijas y con las esposas de sus hermanos a la vista de todos, en la calle. La malicia y la falsedad de los miembros de esta raza se describe en los relatos de Sodoma y Gomorra. Los habitantes de estas ciudades no seguían ley ni moral alguna, y hacían lo que les parecía”
.
Además de la relatada decadencia moral de Sodoma, los «
ángeles caídos» bajaron del cielo en multitud y tomaron «
esposas humanas»; y sus descendientes fueron gigantes: ”
De éstos nacieron los gigantes, que eran de grueso talle y que extendían sus manos para robar y saquear y para derramar sangre. Los gigantes tuvieron descendientes y se multiplicaron como las plantas rastreras: nacían seis de cada parto”. En los “
Relatos judíos de la Antigüedad” se distinguen diversas razas gigantes: “
Existían los Emitas o Espantosos, los Refitas o Gigantescos, los Giborim o Poderosos, los Samsunites o Astutos, los Ávidas o Descarriados y, por último, los Nefilim o Expoliadores”. Una descripción verdaderamente preocupante para los habitantes de aquella época. En los relatos apócrifos del profeta Baruc se habla de un número concreto de gigantes: «
Dios envió las aguas del diluvio sobre la Tierra y borró toda la carne, y también a los 4.090.000 gigantes». ¿De dónde obtuvo el profeta Baruc esta cifra?

Con respecto a las ciudades bíblicas destruidas hay un relato realmente espeluznante: “
Las gentes de Sodoma y Gomorra pusieron camas en las calles. Al que entraba en sus ciudades lo apresaban y le obligaban a echarse en una cama. Si el extranjero era más pequeño que la cama, tres hombres le tiraban de la cabeza y otros le tiraban de los pies. El hombre gritaba, pero ellos no hacían caso y seguían estirándolo. Pero si el extranjero era mayor que la cama, tres hombres se ponían a cada lado y lo estiraban por los costados hasta que moría entre tormentos. Cuando el extranjero se quejaba por sus tormentos, le gritaban: «Esto es lo que le pasa al que viene a Sodoma.»”.
Los “
Relatos judíos de la Antigüedad” también se refieren a extraños seres que no encajan con ninguna especie conocida. Había seres que tenían «
un solo ojo en el centro de la frente»; otros que tenían «
cuerpo de caballo y cabeza de carnero»; otros con «
cabeza humana y cuerpo de león»; e incluso «
seres con rostro humano y con pezuñas de caballo». Lo más intrigante es que estos relatos se repiten en diversos lugares. Manetón, escriba y sumo sacerdote de los templos sagrados de Egipto, nos habla de monstruos del mismo tipo. El historiador griego Plutarco lo cita como contemporáneo del primer rey de la dinastía de los Ptolomeos (304-282 a. C). Manetón vivió en Sebenitos, una ciudad del delta del Nilo, y allí escribió una obra en tres volúmenes sobre la historia de Egipto. Había sido testigo directo del fin del reinado de los faraones, que había durado 3.000 años, y escribió su crónica de los dioses y de los reyes como conocedor de los hechos sucedidos.
El texto original de Manetón se ha perdido, pero el historiador Eusebio, obispo de Cesarea y uno de los primeros cronistas cristianos, decía que Manetón afirmaba que habían sido los dioses los que habían hecho aparecer ciertas criaturas de raza híbrida y monstruos de todo tipo: “
Y se dijo que habían producido seres humanos de alas dobles; asimismo, otros con cuatro alas y cuatro rostros; y con un cuerpo y dos cabezas, hombre y mujer, macho y hembra en una misma criatura; aun otros seres humanos tenían patas de cabra y cuernos en la cabeza; otros eran caballos por detrás y hombres por delante; también se dijo que había toros con cabeza de hombre y perros de cuatro cuerpos a los que les salían las colas como colas de pez de la espalda; también caballos con cabeza de perro; (…) y otros monstruos, tales como todas las especies de seres semejantes a los dragones (…) y un gran número de criaturas maravillosas, de formas diversas y diferentes entre sí, cuyas imágenes dispusieron en fila una junto a otra en el templo de Belos y allí las conservaron”. Parece que Manetón tenía razón en lo que se refiere a las imágenes, ya que en muchos museos modernos se exponen esculturas de seres híbridos. Por lo tanto, las leyendas judías y egipcias son algo más que puras fantasías. Y si estos monstruos no existieron, ¿cómo se les ocurrió simultáneamente a los autores de estos textos y de estas esculturas?

En el Génesis se describe en gran detalle la construcción del arca: «
La longitud del arca será de 300 codos, su anchura de 50 codos y su altura de 30 codos.». Pero los relatos judíos son aún más precisos: ”
Ciento cincuenta cámaras será la longitud de su costado derecho, ciento cincuenta cámaras será también la longitud del izquierdo; treinta y tres cámaras será su anchura al frente, treinta y tres cámaras será también su anchura en la parte trasera. En el centro habrán diez habitaciones para los utensilios de cocina, y cinco almacenes a la izquierda; habrá cañerías para conducir el agua, que se puedan abrir y cerrar. El navío tendrá tres pisos de alto; tal como es el primer nivel, así serán también los niveles segundo y tercero; en el nivel inferior se alojará el ganado y los animales salvajes; en el nivel intermedio se albergarán las aves; el nivel superior es para los hombres y para las criaturas que se arrastran”.
Se supone que después de sellado el interior del navío debía de estar muy oscuro. Pero al parecer no era así, porque «
en el navío estaba suspendida una gran perla que relucía sobre todas las criaturas con el poder de su luz». ¡Realmente asombroso! Pero aún hay más: En el
Libro de Mormón, que
es la «Biblia» de la
Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, se explica que este libro fue entregado por un ángel al fundador de la Iglesia Mormona, Joseph Smith (1805-1844). Según los mormones, este libro se conservó durante miles de años en forma de unas planchas de metal ocultas en el interior de una colina. Sólo gracias a dos piedras traductoras que se supone Joseph Smith recibió del ángel Moroni, pudo traducirlo al inglés. Las planchas cuentan la historia de los
jareditas, un pueblo que abandonó su antigua patria en la época de la construcción de la torre de Babilonia y que atravesó los mares hasta América del Sur. Sus barcos eran «
estancos como un barril, y cuando se cerraron las puertas también ellos quedaron estancos como un barril». Pero el interior de los navíos no estaba oscuro, pues el Señor entregó a los
jareditas dieciséis piedras luminosas, dos para cada barco,
y esas piedras arrojaron luz brillante durante toda la travesía, que duró 344 días. Aparentemente se trataba de la misma fuente misteriosa de luz que en el arca de Noé.
Según las tradiciones judías, Dios hizo personalmente un dibujo del arca para Noé: «
Y el Señor dibujó con el dedo ante Noé y le dijo: “Mira, así y así debe ser el arca”.». Los mormones tienen algo muy parecido. En el primer libro de Nephi se lee: «
Debes construir un barco de la manera que te mostraré para que yo pueda conducir a tu pueblo al otro lado de las aguas.». Aquí nos podemos plantear si los mormones copiaron su texto de alguna leyenda judía. También podemos plantearnos si fueron los judíos los que lo copiaron de la epopeya sumeria de Gilgamés o de la epopeya babilónica
Enuma Elish. En el
Enuma Elish se describe también una variante del relato del diluvio, en la que aparece un patriarca sobreviviente llamado
Atra Haris y un dios, Enki, que manda construir un barco estanco sin ninguna abertura. También aparece una fuente de luz y un tipo de brújula.
El hecho de que el relato del diluvio sea conocido bajo formas diferentes en distintas culturas no demuestra que unos copiaran de otros, sino que podrían ser los relatos del mismo fenómeno por parte de habitantes de distintas regiones y culturas. Los autores de estas leyendas vivían en tierras y culturas diferentes. Y se supone que aquella época no circulaban las noticias entre lugares lejanos y los viajes de un continente a otro todavía no eran habituales. Pero nos llegan relatos y tradiciones que son casi idénticos desde todos los rincones del planeta. Y podemos suponer que ninguna fantasía podría haber actuado por todo el mundo del mismo modo y al mismo tiempo hace miles de años. Todos estos relatos coincidentes deben proceder de sucesos reales prehistóricos.

Los libros sagrados explican que Dios envió el diluvio para castigar a la humanidad. Y parece evidente que este diluvio fue real. También parece claro que Dios quería salvar de la devastación a algunas personas. Y, según distintas tradiciones entregó las instrucciones para construir un barco, además de realizar planos y dibujos con las dimensiones exactas. Asimismo facilitó perlas o piedras misteriosas y brillantes, que producían luz, así como brújulas. Después comenzó el Diluvio. Si Dios quisiera quitarse de encima unos ángeles descarriados, unos gigantes o unos seres humanos malvados, se supone que lo podría conseguir sin tantas complicaciones, ya que, como afirma el Corán, «
Cuando él quiere algo, le basta con decir: “sea”, y es.».
A un Dios omnipotente no le haría falta un barco, ni planos, ni ninguna luz misteriosa. Todo ese asunto de la construcción del barco demuestra que alguien, que no era realmente un dios, quería que las cosas se hicieran así y que, probablemente, no podía hacerlas de otra manera. Seguramente no fue este Dios el que provocó el diluvio sino que tenía información de que iba a suceder una catástrofe. Tanto si el diluvio fue un fenómeno natural como si fue resultado de alguna catástrofe cósmica, producida por la colisión con un cometa o un meteorito, no cambia el hecho de que el dios de las tradiciones tenía un conocimiento previo de lo que iba a suceder. De otro modo, no podría haber puesto sobre aviso a sus protegidos ni podría haber dirigido la construcción del arca. Queda clara una cosa: este ser del que hablan las tradiciones no parece que fuese un dios
En algún momento dado, un grupo de extraterrestres descubrió que su experimento de creación del primer
Homo sapiens, mediante manipulación genética
, había tenido éxito y que podían dejar la Tierra en manos de este ser humano nativo, que era más inteligente que todas las demás criaturas. Para que este ser se multiplicase hacía falta crear una hembra: Eva. Los primeros seres humanos inteligentes parece que no tenían la capacidad de hablar, por lo que sus creadores decidieron someterlos a un programa de formación. La pareja de
Homo sapiens fue introducida en un jardín protegido y se les enseñó el habla, tal como nos informa el Génesis: «
Y toda la Tierra tenía una sola lengua y una sola habla.». Finalmente Adán pudo dar nombre a todas las cosas.
Al parecer, los extraterrestres también experimentaron con animales de la Tierra. No es tan sorprendente, ya que nosotros también estamos combinando diversas razas de ganado vacuno para producir vacas más productoras de leche; hemos cruzado variedades de cereales para adaptarlos mejor al entorno; y actualmente estamos produciendo vegetales mediante la ingeniería genética. Así es como aparecieron los monstruos y los seres híbridos que no habían existido antes en la Tierra, y que asombraros y aterrorizaron a los seres humanos. Y cuando estas criaturas se extinguieron con el diluvio, quedaron en el recuerdo de las tradiciones populares, alcanzando la categoría de mitos, leyendas y de símbolos de un tiempo remoto en que los dioses habían creado este tipo de seres.

El poeta griego Homero describió a las sirenas, cuyo canto era tan seductor que hacían perder la voluntad y la memoria a los marinos. Aunque Homero no describe con detalle a estas sirenas, la imaginación de otros autores posteriores las representó como mujeres con cola de pez. Y Hesíodo imaginó a la terrorífica Medusa, de cuya cabeza salían serpientes que se retorcían y se agitaban y cuya mirada convertía a las personas en piedra. Naturalmente, Hesíodo no vio nunca a la Medusa. También conocemos las leyendas del caballo volador Pegaso y del ave Fénix que resurge de sus cenizas. Todo esto es aparentemente fruto de la imaginación humana. Pero, normalmente, la imaginación necesita puntos de referencia para arrancar. Aunque nuestra razón lógica se siga resistiendo a la idea de un parque zoológico lleno de monstruos, los antiguos escritores e historiadores describieron a estas criaturas y afirmaron, además, que habían sido creadas por los dioses. Y ello está corroborado por los esculturas, que hace miles de años dejaron para la posteridad imágenes de estos seres híbridos.
En lenguaje actual podríamos suponer que en la nave espacial había estallado un motín, ya que algunos de los oficiales de alto rango estaban en desacuerdo con el comandante. El jefe de los rebeldes se llamaba Ismael (o Lucifer), que según la leyenda era «
el mayor príncipe entre los otros». Parece ser que Ismael ostentaba más poder que el resto de la tripulación, pues era el único que tenía «
doce pares de alas». Sin embargo, Ismael y sus partidarios perdieron la batalla a bordo y fueron expulsados del «
cielo». En cuanto estos expulsados llegaron a la Tierra, si nos guiamos por las leyendas, desarrollaron un gran apetito sexual, ya que Ismael, sedujo a Eva: «
Y he aquí que él no parecía un ser terrenal, sino un ser celestial.» Otros miembros de la tripulación también se unieron con otras mujeres terrestres, tal como se explica en el Génesis: “
Y acaeció que, cuando comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la faz de la Tierra, y les nacieron hijas, viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron mujeres, escogiendo entre todas”.
La frase «
los hijos de Dios» se han traducido como «
los gigantes», «
los ángeles caídos», o «
seres espirituales renegados». Cualquier especialista en hebreo puede decirnos lo que significan exactamente las palabras en cuestión: «
Los que habían descendido eran semejantes a los hombres y mucho mayores que los seres humanos». La idea de que los extraterrestres podrían aparearse con los terrestres podría tener que ver con la frase «
los dioses crearon a los hombres a su imagen…». El comandante de la nave espacial observaba con preocupación lo que sucedía en la Tierra, ya que la hibridación de los extraterrestres con los terrestres hizo aparecer unas criaturas muy distintas a la raza creada del
Homo sapiens. Y todo parece indicar
que en realidad
éste fue el
pecado original de la mitología. Los seres humanos estaban heredando mensajes genéticos erróneos. El Génesis dice: «
Y se arrepintió el Señor de haber hecho hombre en la Tierra, y le pesó en su corazón». El comandante de la nave espacial debía interrumpir de algún modo el experimento y empezar de nuevo. Pero los ángeles renegados poseían probablemente unas armas poderosas y podían esconderse en cuevas, por lo que era muy complicado enfrentarse a ellos. No podemos saber si el diluvio fue provocado intencionadamente o si fue debido a alguna catástrofe natural. Pero lo que si parece claro es que «dios» debía de tener información del momento exacto en que tendría lugar el diluvio, por lo que pudo advertir a sus protegidos.

Los teólogos consideran que los textos sagrados son “
la palabra de Dios” que se reveló a unos pocos escogidos. Pero cuando se elimina la simple fe lo que quedan son los propios textos, desprovistos de su carácter sagrado. Y cuando eliminamos la creencia en el carácter sagrado de estos textos es cuando podemos empezar a estudiarlos. En “el
apocalipsis de Abraham”, el autor describe a dos seres celestiales que bajan a la Tierra. Estos dos seres celestiales subieron a Abraham a las alturas, pues el Señor quería conversar con él.
Abraham cuenta que no eran humanos y que le produjeron mucho miedo. Dice que tenían el cuerpo brillante «
como un zafiro»; lo hicieron subir entre humo y fuego, «
como con la fuerza de muchos vientos». Cuando llegó a las alturas, vio «
una luz gloriosa e indescriptible» y unas figuras grandes que se gritaban entre sí unas palabras «
que yo no entendí». Y añade: «
Pero yo quería volver a caer a la Tierra; el lugar alto donde nos encontrábamos estaba tan pronto de pie como cabeza abajo». Alguien nos está contando en primera persona que quería «
volver a caer a la Tierra».
Es lógico suponer, por lo tanto, que estaba
más alto que la Tierra. Y nadie sin conocimientos científicos modernos podría haber sabido que las grandes estaciones espaciales siempre rotan sobre su propio eje. La gravedad artificial sólo puede conseguirse en el interior de la nave gracias a la fuerza centrífuga provocada por la rotación propia de la nave. Y “
el Apocalipsis de Abraham” dice: «
El lugar alto donde nos encontrábamos estaba tan pronto de pie como cabeza abajo.» Y además Abraham dice que estos seres no eran humanos y que sus ropas brillaban como el zafiro. ¡Sorprendente!
Los antiguos relatos judíos dicen que Enoc fue «
un rey de los hombres» que reinó durante «
doscientos cuarenta y tres años» y que estaba lleno de sabiduría y la comunicó a todos. Según el geógrafo e historiador Taki al-Makrizi fue el constructor de las grandes pirámides de Egipto. Éste cuenta en su obra
Hitat que Enoc fue conocido con cuatro nombres diferentes: Saurid, Hermes, Idris y Enoc. El pasaje siguiente está tomado del capítulo 33 del
Hitat: “El primero, Hermes, llamado triple por sus atributos de profeta, rey y sabio (…) leyó en las estrellas que había de llegar el diluvio. Entonces mandó que se construyeran las pirámides, y ocultó en ellas tesoros, textos y escrituras y todo lo demás que podría perderse de otro modo, para que se conservase”. Tanto para la teología judía como para la cristiana, Enoc es el séptimo de los diez primeros patriarcas antediluvianos, que fue padre de Matusalén, del que se afirma que alcanzó la increíble edad de 969 años.

En el Antiguo Testamento, Enoc sólo aparece en cinco versículos del Génesis. Y al final se dice: «
Y Enoc caminó con Dios y no fue visto más, pues Dios se lo llevó.» En hebreo, la palabra
enoch significa «
el iniciado». Este iniciado se preocupó de que sus conocimientos no desaparecieran sin dejar rastro. Existen dos libros que no están incluidos en el Antiguo Testamento pero que se cuentan entre los textos apócrifos. Los
Padres de la Iglesia que recopilaron la Biblia no supieron qué hacer con los textos de Enoc. Los excluyeron porque no los comprendían. Pero la
Iglesia de Etiopía no hizo caso de las órdenes de los eclesiásticos que ostentaban el poder, con lo que el libro de Enoc acabó en el canon abisínico. También salió a la luz una variante eslava del mismo libro. La comparación de los dos textos realizada por los especialistas demostró de manera concluyente que ambos procedían de una misma fuente original escrita por un mismo autor, el propio Enoc.
El libro de Enoc no sólo está escrito en primera persona, sino que el autor recuerda constantemente su propia autoría. A este respecto podemos citar el siguiente párrafo: “
En el primer mes del año trescientos sesenta y cinco de mi vida, el primer día del primer mes, yo, Enoc, estaba solo en mi casa (…) y aparecieron ante mí dos grandes figuras de hombres, como no las había visto nunca hasta entonces sobre la Tierra…. Ésta es la enseñanza completa y verdadera de la sabiduría, escrita por Enoc, su autor (…), y ahora mi hijo Matusalén, te lo digo todo y lo escribo para ti. Te he revelado todas estas cosas y te he transmitido los libros que tratan de ellas. Conserva, mi hijo Matusalén, estos libros de mano de tu padre, y traspásaselos a las generaciones futuras del mundo”. Deducimos que la fuente original procede del Enoc antediluviano pues llama Matusalén a su hijo.
Además, Enoc afirma que estaba despierto y entregó a su familia instrucciones exactas sobre lo que debían hacer durante su ausencia. Tampoco puede haber sido una visión antes de la muerte, pues después de sus conversaciones con los «
ángeles» regresó al lado de su familia. Sólo mucho más tarde desaparece entre las nubes en un carro de fuego. Como en el Antiguo Testamento, Enoc relata lo que sucede cuando los ángeles se amotinan. En “el libro de Enoc” se dice: “
Cuando los hijos de los hombres se multiplicaron, les nacieron hijas encantadoras y amorosas. Cuando los ángeles, los hijos del cielo, las vieron, las desearon y se dijeron los unos a los otros: «Tomémonos esposas de entre las hijas de los hombres, para que nos den hijos.» Entonces su jefe, Semiaza, les dijo: «Temo que no llevéis a cabo esto; entonces yo tendría que cargar con la culpa de una gran transgresión.» Entonces, todos le contestaron: «Entonces, pronunciemos todos un juramento y comprometámonos a no renunciar a este plan y a llevarlo a cabo.» De modo que todos pronunciaron un juramento y se comprometieron a ello. Eran todos doscientos, que en los días de Jared bajaron de la cumbre del monte Hermón”.

Esto muestra claramente un motín de «
los hijos del cielo». Y lo que sucedió fue lo siguiente: “
Todos ellos se tomaron esposas. Después empezaron a tener acceso con ellas y a hacer actos impuros con ellas. Y les enseñaron las artes de la magia y de las hierbas, y les enseñaron el conocimiento de las plantas. Y sus esposas quedaron preñadas y parieron gigantes de 100 varas de alto. Éstos devoraron las provisiones del resto de la gente. Pero cuando no quedó nada más para alimentarlos, los gigantes se volvieron contra la gente y se la comieron. Y empezaron a devorar pájaros, animales salvajes, criaturas que se arrastran y peces, y también se comían y se bebían la carne los unos a los otros. Y la Tierra se quejó en voz alta de estos monstruos”. La escena antediluviana se describe con muchos detalles. Los ángeles que no habían participado en el motín lo observaban todo desde lo alto. Dieron parte al Señor (
comandante), y éste decidió: «
Toda la Tierra quedará sumergida; vendrá un diluvio de agua sobre la Tierra y destruirá todas las cosas.»
El libro de Enoc es realmente sorprendente por el nivel de detalle que contiene y que no se encuentran en ningún otro texto. Enoc incluso facilita la lista de nombres de los dirigentes del motín así como sus funciones. Pero, ¿qué sucedió con Enoc? El Antiguo Testamento dice que Enoc desapareció sin dejar rastro y subió a las nubes en un carro de fuego. Los antiguos relatos judíos dan más detalles sobre su partida. Los ángeles, al parecer, habían prometido llevarse consigo a Enoc, pero todavía no habían fijado la fecha de la partida. «
Me dijeron que viajaría a los cielos, pero todavía no sé cuál es el día en que os dejaré». De modo que Enoc reunió a los suyos a su alrededor y les contó lo que le habían dicho los ángeles. Les dijo especialmente que no ocultasen sus libros ni los guardasen en secreto, sino que se los hicieran accesibles a las generaciones futuras: “
Sucedió que, mientras la gente estaba reunida alrededor de Enoc y él les hablaba, levantaron los ojos y vieron la figura de un corcel que bajaba del cielo a la tierra como en una tormenta. Y la gente dijo a Enoc lo que veía, y Enoc les dijo: «Este corcel ha descendido a la Tierra por mí. Ha llegado el momento y el día en que me iré de vuestro lado y no volveré a veros.» Y entonces llegó allí el corcel, y todos los hijos de los hombres lo vieron con sus propios ojos”.
“
Estaba claro que los seres celestiales habían informado a Enoc de que el despegue sería muy peligroso para los presentes. Por ello, él intentó apartarlos. Advirtió a los espectadores varias veces que no lo siguieran, «para que no muráis». Algunos titubearon y se apartaron a una buena distancia, pero los más insistentes querían contemplar de cerca la partida de Enoc. Le dijeron: «Te acompañaremos al lugar a donde vayas; sólo la muerte nos apartará de ti.» Como no hicieron caso de sus palabras, él no habló más con ellos, y ellos lo siguieron y no volvieron atrás. Y sucedió que Enoc subió al cielo entre una tormenta, sobre corceles de fuego, en un carro de fuego. Esta ascensión a los cielos produjo la muerte a todos los observadores. Al día siguiente, la gente fue a buscar a los que habían acompañado a Enoc. Y los buscaron en el lugar donde Enoc subió al cielo. Y cuando llegaron al lugar, encontraron la tierra cubierta de nieve y entre la nieve había grandes piedras como de granizo. Y se dijeron entre sí: «Apartemos la nieve y veamos si encontramos a los que acompañaron a Enoc.» Y apartaron la nieve y encontraron a los que habían acompañado a Enoc, muertos bajo la nieve. Buscaron también a Enoc, pero no lo encontraron, pues habla subido a los cielos (…). Esto sucedió en el el año 113 de la vida de Lamech, hijo de Matusalén”.

Parece difícil creer que un “dios” misericordioso o sus enviados dejaran que centenares personas, que habían escuchado a Enoc y lo habían acompañado al punto de despegue, quedaban reducidos a cenizas, mientras su maestro Enoc ascendía a los cielos. Enoc ascendió a los cielos entre una tormenta, en un carro de fuego, mientras abajo los receptores de su sabiduría ardían, junto con la tierra y las piedras, y quedaban convertidas en cenizas blancas como la nieve. A este respecto debemos decir que algunos tipos de piedra caliza se ponen blancos como la nieve cuando se someten a un calor elevado.
Ninguno de estos hechos: la caída de los ángeles rebeldes, el diluvio, la ascensión de Enoc o el viaje espacial de Abraham encajan con la imagen de un Dios misericordioso. Además, ¿por qué un Dios omnipresente tenía que llamar a su presencia a Abraham para hablar con él? Si era omnisciente debería saber lo que pensaba y sentía Abraham. En este caso, ¿para qué se necesitaba una nave espacial que rotaba sobre su eje por encima de la Tierra?
Parece claro que el Dios que se describe en estos textos no parece ser el Creador omnipresente al que veneran las religiones.
Parece más razonable pensar en viajeros extraterrestres. Bajo esta perspectiva podemos entender entonces las actitudes “
tan humanas” de estos ángeles caídos, tales como sus impulsos sexuales. Podemos también entender entonces las causas del diluvio y del deseo del «dios» de comunicarse con seres humanos determinados; y asimismo podemos entender por qué murieron quemadas las muchas personas que no hicieron caso de las advertencias de Enoc. Así resulta comprensible, asimismo, el miedo de la gente al día del juicio, a algún tipo de ajuste de cuentas universal. Pues «dios» había prometido regresar.
Rajneesh Chandra Mohan Jain, maestro espiritual indio, conocido como Osho, dijo lo siguiente: “
Contempla la muerte. Puede venir en cualquier momento, la muerte es la culminación de la vida, el crescendo mismo de la vida. Tienes que prestarle atención está llegando. Tiene que suceder. Tienes que prepararte para ella, y la única forma de prepararse para la muerte es morir al pasado a cada momento, nunca cargues con el pasado ni por un solo instante. En cada momento tienes que morir al pasado y nacer al presente. Eso te mantendrá fresco, joven, vibrante, radiante, eso te mantendrá vivo, palpitante, entusiasmado. Y un hombre que sabe cómo morir al pasado en cada momento, sabe cómo morir, y esa es la máxima habilidad, el máximo arte. De forma que cuando le llega la muerte a un hombre así, ¡danza con ella!, ¡la abraza!; es una amiga, no es el enemigo. Es Dios que llega a ti en forma de muerte. Es la total relajación en la existencia. Es volverse uno con el todo otra vez“. Sin embargo, el hombre ha temido a la muerte desde los albores de la historia. Y contempla los ciclos de muerte y renacimiento en todo lo que le rodea, desde la naturaleza más próxima a las lejanas estrellas, preguntándose por lo que hay tras la muerte. Los que están convencidos de que la vida continúa más allá de la muerte pueden encontrar la fuerza suficiente para enfrentarse a la muerte con tranquilidad. Pero persiste el miedo a la muerte, ya que la esperanza se basa más en la fe que en hechos comprobables.

Y este miedo a la muerte tiene su reflejo en el miedo a las guerras, como grandes generadoras de muerte y destrucción. Países enteros temen la guerra, la bomba atómica y la destrucción del medio ambiente.
Y muchos vuelven la vista a los sucesos terribles con los que nos amenazan los textos sagrados: el fin del mundo, o el Día del Juicio. Se diría que los que escribieron estos textos eran los precursores de los escritores de novelas de terror. En el Nuevo Testamento, San Marcos nos anuncia acontecimientos terribles: “
Empero en aquellos días, después de aquella aflicción, el sol se oscurecerá y la luna no dará su resplandor; y las estrellas caerán del cielo, y las virtudes que están en los cielos serán conmovidas”. Y Lucas aún concreta más refiriéndose a las señales de advertencia que precederán al Día del Juicio: “
Se levantará gente contra gente y reino contra reino. Y habrá grandes terremotos, y en varios lugares hambres y pestilencias; y habrá espantos y grandes señales del cielo (…). Entonces habrá señales en el sol y en la luna, y en las estrellas; y en la tierra angustia de gentes por la confusión del sonido de la mar y de las ondas; secándose los hombres a causa del temor y expectación de las cosas que sobrevendrán a la redondez de la Tierra: porque las virtudes de los cielos serán conmovidas”.
Pero vemos que El Corán también describe estos horribles sucesos en términos no menos catastróficos:
“Cuando el cielo se hienda, cuando las estrellas se dispersen, cuando los mares confundan sus aguas, cuando las tumbas estén trastornadas, entonces todas las almas verán sus acciones y sus omisiones”. En el Dies Irae («
el día de la ira»), famoso himno latino del siglo XIII atribuido al franciscano Tomás de Celano, se canta en la liturgia de los difuntos. Se dice que en este mismo tiempo de destrucción turbulenta aparecerá el «juez» del día del juicio. En Marcos también podemos leer: “
Y entonces verán al Hijo del hombre, que vendrá en las nubes con mucha potestad y gloria. Y entonces enviará sus ángeles, y juntará sus escogidos de los cuatro vientos, desde el cabo de la Tierra hasta el cabo del cielo”. Y de nuevo Lucas añade: «
Y cuando estas cosas comenzaren a hacerse, mirad, y levantad vuestras cabezas, porque vuestra redención está cerca.»
Y todas las religiones intentan ganar a la gente a su causa afirmando que sólo se van a salvar los fieles que creen en sus particulares sagradas escrituras, pues todas las religiones creen que sólo sus escrituras revelan la verdad.
Algo recurrente es que está profetizado que un juez celestial aparecerá «sobre las nubes» para medir las obras buenas y malas con una vara inapelable. Y antes de que los afortunados escogidos sean llevados al cielo, el resto de la humanidad será duramente castigada. San Juan nos proporciona la más descarnada descripción de estos hechos en su libro
la Revelación o
Apocalipsis, que es el último de los textos del Nuevo Testamento. Como si fuese un antepasado aventajado de
Stephen King, escritor estadounidense conocido por sus novelas de terror, nos relata que: “
se romperán y se abrirán nueve sellos y que con cada uno de los sellos vendrán nuevas plagas a azotar a la humanidad. Sonarán trompetas, y con cada toque sucederán hechos horribles en los que se convierte en sangre una tercera parte del mar, muere la tercera parte de todas las criaturas y se hunde la tercera parte de todos los barcos”. Y por si aún faltara algo, es aún más terrorífico lo que pasa cuando suena la tercera fatídica trompeta: ”
Y cayó del cielo una grande estrella, ardiendo como una antorcha, y cayó en la tercera parte de los ríos, y en las fuentes de las aguas. Y el nombre de la estrella se dice Ajenjo. Y la tercera parte de las aguas fue vuelta en ajenjo, y muchos hombres murieron por las aguas, porque fueron hechas amargas”.

Y ya, para rematar el relato de terror, nos apostilla: “
Por último, el Sol y la Luna quedan envueltos en la oscuridad y la gente sufre la plaga de todas las criaturas imaginables (langostas, escorpiones, y otra serie de extrañas criaturas) sin el consuelo de poder morir. El terror no tiene fin: entran en escena caballos con cabeza de león que vomitan fuego, humo y azufre”. ¡Uff!, en este punto de la lectura ya tengo la cabeza llena de pesadillas. No tengo ni idea del tipo de terribles visiones que sufría San Juan, pero lo que sí puede afirmarse es que se pueden encontrar diversos elementos del Apocalipsis en textos muy antiguos, como los de Enoc y los del profeta Daniel. A diferencia de las catástrofes relativamente recientes en la historia mundial, que se han circunscrito a regiones geográficas concretas,
el Apocalipsis de San Juan profetiza una destrucción global de la que no se librará nadie, seguida de un juicio o ajuste de cuentas final. ¿Cuál es el origen de estas imágenes de una terrible destrucción seguido de un juicio y la redención de los elegidos? ¿Por qué un Dios al que se describe como «
infinitamente misericordioso» atormenta y mata a los no creyentes?
Ya sabemos que la imaginación humana puede tener visiones positivas y creativas al mismo tiempo que visiones de destrucción. Y en la extensa bibliografía novelística podemos encontrar ejemplos de los dos tipos de visiones.
Además, cuanto peor están las cosas en el mundo, más anhelan las personas una edad de oro futura en la que reinen la justicia y la igualdad. Y para ello se considera que hace falta un Mesías o un profeta con el poder suficiente para sacarnos de la situación actual. Este deseo psicológico es responsable de todos los Mesías y profetas que hemos tenido a lo largo de los siglos. Como ejemplo podemos hacer referencia a Edgar Cayce, llamado el «
profeta dormido», que se decía que había sido capaz de curar en estado de trance a incontables personas a pesar de no haber leído un solo libro de medicina en toda su vida. En unas 2.500 de sus «lecturas» comunicó informaciones extraordinarias sobre el pasado y sobre el futuro, así como acerca de sus reencarnaciones sucesivas desde la época del antiguo Egipto hasta la actualidad. Es significativo el número de personajes proféticos que han aparecido durante el siglo XIX y XX. La verdad es que algunos hicieron cosas asombrosas. Pero entre ellos ha habido una serie de profetas del fin del mundo, que ha sido una idea continua desde tiempos inmemoriales.
Pero lo que es realmente sorprendente es el caso de las religiones, que nos dicen que en el Día del Juicio los no creyentes morirán de múltiples horribles maneras, incluyendo el envenenamiento con agua amarga, que suena a las consecuencias de una radiación nuclear. Pero, ¿quiénes son los no creyentes? ¿Los que no creen en los dogmas católicos?, ¿los que no conocen las enseñanzas del Corán?, o ¿los que no siguen el
Libro de Mormón? Casi todas las religiones esperan a un redentor de algún tipo que se tendrá que reencarnar. Para el cristianismo, esta figura es la de Jesucristo, el salvador que se dice redimió del pecado original a la Humanidad hace más de 2.000 años, pero que se espera que regresará para juzgarnos. Pero, ¿no es extraño que Jesús se convirtiera en el Mesías de los cristianos, pero que no fuese reconocido como tal por su propio pueblo, el judío? Muchas veces se dice que uno no es profeta en su tierra, pero en este caso parece bastante sorprendente.
Además, no está muy claro que debamos considerar a Jesús como un salvador. No sólo porque no hubo una paz duradera después de su venida, tal como decían las profecías, sino también porque el reinado de la casa de David, que se decía debía durar toda la eternidad, se extinguió hace miles de años.

El libro «profético» de Isaías se traduce a veces en tiempo presente y otras en futuro. Como parece evidente, el niño esperado no podía haber nacido en tiempos de Isaías.
Pero resulta útil saber que el alfabeto hebreo, en que están escritos los textos proféticos, sólo contiene consonantes por lo que no puede reflejar el futuro gramatical. Muchas veces, para facilitar la lectura, las vocales se indicaban con puntos pequeños entre las consonantes. En el texto original existía el pasado continuo imperfecto y el pasado perfecto, pero no existía el futuro. Por lo tanto, los traductores podían hacer las interpretaciones que quisieran y convertir a voluntad el pasado continuo en futuro. Los estudiosos están en desacuerdo sobre qué pasajes de Isaías son auténticos, pero no hay profecías mesiánicas a las que se haya atribuido una importancia tan universal como las de Isaías y Daniel. Por ello, cuando se desea encontrar la figura mesiánica de Jesús a partir de estas referencias proféticas, uno debe enfrentarse con los datos históricos. Lo que es evidente es que después de Jesús no apareció, tal como se había profetizado tras la venida del Mesías, un poder único ni un reino eterno. Creemos que los teólogos probablemente se inventaron un hipotético «
reino eterno» que habrá de
seguir al Día del Juicio, ya que si Jesús no era el Mesías, se supone, tal como piensan los judíos, que tendrá que aparecérsenos en el futuro.
Lo que es evidente es que los antiguos textos proféticos abren una puerta hacia el futuro, pero los profetas y escritores apocalípticos imaginaron este futuro de diversos modos. La teología judía se refiere al Mesías como de origen humano, que representa al conjunto del pueblo de Israel. Sin embargo, la teología cristiana lo ve como una figura mesiánica equivalente al «
hijo de Dios». Pero ambas versiones teológicas dejan una serie de incógnitas: ¿Cómo y cuándo surgió la idea de un Mesías? Sabemos que los textos de profetas como Isaías, Daniel o Ezequiel han sido manipulados a lo largo de los siglos, por lo que no podemos confiar en ellos para determinar fechas con precisión.
Además, la idea de un Mesías es mucho más antigua que los profetas, ya que lo que ellos han escrito es el resultado de una expectativa existente desde la expulsión del Edén. Los profetas se apoyaban en la sabiduría tradicional de todo un pueblo. Las expectativas de ser salvados y liberados son muy antiguas, anteriores con mucho a los profetas. Aunque el teólogo Leo Landmann dice que «
Los israelitas han legado al mundo tres dones: el monoteísmo, los edictos morales y los profetas verdaderos. A éstos debe añadirse un cuarto: la fe en el Mesías», debemos decir que muchas culturas antiguas tenían expectativas mesiánicas.
El teólogo H. W Schomerns escribió: “
La certidumbre de la superioridad del cristianismo, de su validez absoluta, en efecto, sobre todas las religiones, refuerza y edifica al pueblo cristiano”. Esta afirmación tan concluyente indica que falta un conocimiento de las otras religiones, ya que deberíamos empezar por entenderlas. Evidentemente la fe es una cuestión individual y hay que respetar las creencias de toda persona. Además no hay que infravalorar las demás religiones, ya que, en muchos casos, tienen una existencia de miles de años y son más antiguas que el cristianismo.
Todas las religiones contemplan la idea de la redención y esperan con impaciencia las señales celestiales del regreso prometido de su Mesías. La religión más importante actualmente y la que tiene un crecimiento más rápido es el Islam. En el Corán, el libro sagrado de los musulmanes, Jesús es aclamado como profeta, pero no es venerado como Mesías ni como hijo de Dios.
Sólo el cristianismo cree que Jesús es el Mesías y el Redentor. Ninguna de las otras grandes religiones del mundo admite esta creencia, ni el Judaísmo ni el Islam, ni mucho menos las religiones de Asia.

Parece curioso que sobre la base de unos mismos textos y tradiciones, los teólogos de las distintas religiones lleguen a versiones completamente diferentes de la verdad. En efecto, el Judaísmo, el Islam y el Cristianismo se basan en los
mismos profetas antiguos, por lo que podría esperarse que llegaran a conclusiones similares. Pero como esto no se cumple, entendemos que ninguno conoce realmente la verdad, sino que se limitan a decir lo que quieren que se crea. El Islam contempla también la idea del
Día del Juicio y del ajuste de cuentas final. Del mismo modo que el
Apocalipsis de San Juan, el Corán nos dice: “
Ese día plegaremos los cielos, del mismo modo que se enrolla un documento. Del mismo modo que hemos producido la creación, así la haremos desaparecer…”. O, de manera semejante a las trompetas del Apocalipsis, otro versículo del Corán dice: «
El día en que sonará la trompeta y en que reuniremos a los culpables, que tendrán entonces los ojos azules.». Y otro sura dice que “
no quedará en pie ninguna ciudad tras el día del castigo y de la resurrección”.
Vemos que en lo único en que se ponen de acuerdo distintas religiones es en pronosticarnos un terrible final. A esto le llamo motivación negativa.
¿Cuándo sucederán estos cataclismos? Según el Corán: “Éste es un secreto de Alá … El castigo los sorprenderá de improviso y los dejará estupefactos; no podrán alejarlo de sí ni obtener dilación”. El Mesías islámico se llama «
el Mahdi» y tanto el profeta Mahoma como los diversos imanes (
grandes maestros del Islam) que lo han sucedido han anunciado el regreso del Mahdi. Los imanes siempre consideraron impías las especulaciones acerca de la fecha de la venida del Mahdi, pues era un secreto que sólo conocía Alá. Al igual que en el caso del Judaísmo y del Cristianismo, la literatura islámica sobre la segunda venida del Mahdi llena bibliotecas enteras. Un extranjero preguntó una vez al quinto imán, Al Baquir, qué señales se verían antes del regreso del Mahdi. El imán respondió: “
Sucederá cuando las mujeres se comporten como hombres y los hombres como mujeres; y cuando las mujeres monten a caballo con silla de montar y a horcajadas como los hombres. Sucederá cuando las profecías falsas se tengan por verdaderas, y cuando las profecías verdaderas se rechacen; cuando los hombres derramen la sangre de otros hombres por cuestiones de poca monta, cuando realicen actos indecentes y cuando dispersen y derrochen el dinero de los pobres”.
Según esta afirmación de Al Baquir, tendríamos que considerar que el Mahdi ya debería haber llegado hace tiempo.
Además se dice que antes de que venga el Mahdi, «
aparecerán sesenta hombres que se harán pasar por profetas». Y no parece haber dudas de que ha habido mucho más de sesenta falsos profetas hasta la fecha. Existe la misma confusión en lo que respecta al regreso del Mahdi que la que encontramos con respecto al Mesías en el Judaísmo y en el Cristianismo.
Todas las grandes religiones del mundo esperan a un Mesías, pero nadie sabe decir cuándo llegará. Esta figura mesiánica suele verse en relación con las estrellas y con el juicio final de la Humanidad. Se dice que vendrá acompañado de huestes de ángeles, que poseerá un poder inmenso y que estará entronizado en las nubes. ¿De dónde proceden estas creencias? Para afinar más en estas hipótesis, debemos investigar unas tradiciones más antiguas que las del Corán o las del Apocalipsis cristiano.

La palabra
Avesta procede del persa y significa «
instrucción básica». El
Avesta contiene todos los textos religiosos de los parsis,
o seguidores de Zoroastro, que se supone fue concebido por una virgen, al igual que Jesús. Cuenta la tradición que bajó del cielo una montaña luminosa y de la montaña salió un joven que implantó el embrión de Zoroastro en el vientre de su madre. ¡Curiosa descripción del origen de un embarazo! Los parsis se negaron a aceptar el Corán como libro sagrado, pues aducían que su religión era más antigua que el Islam, y emigraron al Irán y la India. Aunque su lengua, el gujarati, es una lengua hindú moderna, siguen practicando el culto en la lengua religiosa del Avesta, de manera semejante a la tradición católica de celebrar el culto religioso en latín. El guyaratí es un idioma que procede del estado de Guyarat, al oeste de la India. Es una lengua indoeuropea, de la familia indoaria, hablada por unos 46 millones de personas en todo el mundo, siendo así la vigésima tercera lengua más hablada del mundo. Es una de las 14 lenguas regionales oficiales de la India. Curiosamente fue la lengua materna de Gandhi, el «
padre de India» y de Muhammad Ali Jinnah, el «
padre de Pakistán».
Los parsis se encuentran con un dilema semejante al de los seguidores de otras religiones, ya que sólo se conserva aproximadamente la cuarta parte de los textos originales del Avesta. Algunas partes de los textos de esta antigua religión persa se conservaron en textos cuneiformes que fueron escritos por orden del rey Darío el Grande (558-486 a.C), por su hijo Jerjes (519-465 a. C.) y por su nieto Artajerjes (424 a. C). El dios más importante de esta religión se llama
Ahura Mazda, que creó el cielo y la tierra.
En los textos parsis, las estrellas fijas están ordenadas en diversas agrupaciones estelares, cada una de las cuales está sujeta a determinados «comandantes». Las huestes celestiales son francamente militaristas, ya que hay «soldados» de las constelaciones y se libran batallas por todo el universo. En los textos de
Afrigan Rapithwin se alaba a diversas misteriosas estrellas con términos muy entusiastas: “
Alabamos a la estrella Tistrya (identificada con la estrella Sirio), la brillante y majestuosa; Alabamos a la estrella Catavaeca, que gobierna las aguas; Alabamos a todas las estrellas que contienen simientes de agua; Alabamos a todas las estrellas que contienen simientes de árboles; Alabamos a las estrellas que se llaman Haptoiringa, las sanadoras, opuestas a las Yatus...”.
Estos homenajes a las estrellas parecen ser algo más que pura fantasía, pues los parsis poseían un significativo nivel de conocimientos astronómicos.
Sabían, por ejemplo, que los planetas eran «cuerpos simples de forma redonda». Desde los tiempos más remotos, en los templos de los parsis se había venerado a diversos dioses y a sus lugares de origen en el universo, de tal manera que eran precursores de la revolución del pensamiento astronómico que explicitó Galileo Galilei en 1610. En cada templo se encontraba un modelo circular del planeta al que estaba dedicado. En cada templo se llevaba una ropa especial y se seguían unas costumbres determinadas en función del planeta al que se veneraba. En el templo de Júpiter había que presentarse vestido de juez o de erudito; en el templo de Marte los parsis iban vestidos de rojo, llevaban ropas militares y tenían que conversar «
con tonos soberbios». En el templo de Venus había risas y bromas; en el templo de Mercurio había que hablar como filósofo. En el templo de la Luna, los sacerdotes parsis se comportaban como niños que juegan a luchar entre sí y daban saltos y volteretas. En el templo del Sol había que llevar ropas de brocado y había que comportarse «
como corresponde a los reyes del Irán».

El carro de cuatro caballos con corceles alados, llamado
quadriga solis, procede de de las tradiciones persas.
Pero en la versión parsi, los dioses de los planetas se turnan para conducir el carro del sol. Y en los textos del Avesta se alaba al carro celeste y a sus conductores en los términos siguientes: “Cuatro corceles, blancos, brillantes, relucientes, astutos, prudentes, sin sombra, cabalgan por las regiones celestiales (…) más veloces que las nubes, más veloces que las aves, más veloces que las flechas, adelantan a todos los que los siguen…”. En estos textos abundan las referencias a máquinas voladoras en el universo
. Los parsis esperaban la reaparición de sus dioses y creían que los «seres de luz» volverían a descender de los cielos y a salvar a la humanidad. El propio Zoroastro preguntó a su dios Ahura Mazda sobre el fin del mundo, y éste le dijo que
habría una batalla final entre el bien y el mal. Bajarían de los cielos muchos inmortales que poseerían el conocimiento de todas las cosas. Antes de que aparezcan en los cielos, el sol se cubrirá de oscuridad, habrá terremotos y fuertes tormentas y vientos y caerá una estrella del cielo. Después de una batalla terrible, en las que los ejércitos se enfrentarán en masa, alboreará una nueva edad de oro. La humanidad adquirirá entonces tales conocimientos en las artes de la curación que «
podrán curarse los unos a los otros, aun cuando estén próximos a la muerte». Esta versión de la «
redención» no parece demasiado diferente de la que nos encontramos en otras religiones, que nos hablan de dioses procedentes de los mundos estelares, que aparecen como salvadores.
En el hinduismo todo es más complicado por la existencia de diversas deidades multiformes. En la tradición hinduista, el mundo pasa por un continuo ciclo de estas épocas. Cada satiá-iugá se va degradando hasta convertirse en kali-iugá; luego viene una etapa de renacimiento que no se describe en las Escrituras, y comienza otro satiá-iugá seguida de otra fase descendente y así continuamente. El descenso de satiá-iugá a kali-iugá está asociado a un progresivo deterioro del
dharma (‘deber religioso’), manifestado en un decrecimiento en la duración de la vida del ser humano y la calidad de los estándares de la moral humana.
Al principio de las cuatro épocas del mundo hubo una Era de los Dioses, la Krtayuga o Devayuga. Este periodo fue perfecto en todos los sentidos, pues en él no existían enfermedades, enfrentamientos o dolor. En aquellos tiempos, según las enseñanzas hinduistas, todas las personas tenían fijada su visión en el Brahma superior, e incluso los miembros de las cuatro castas vivían en armonía entre sí. La vida y los propios seres humanos eran perfectos. La gente se dedicaba a hacer una vida ascética y al estudio de las escrituras, y los deseos materiales eran desconocidos. La gente amaba la verdad y el conocimiento. No había injusticia, pues nadie sentía ningún anhelo terrenal.
En el Bhagavata-Purana, uno de los muchos textos de la religión hinduista, se describe a las gentes de esa edad dorada como satisfechos, amistosos, pacientes y misericordiosos. Eran felices porque llevaban la paz en sus corazones.
Todo parece indicar que era un mundo muy distinto al actual. Pero esta edad de oro del hinduismo no es más que un deseo proyectado al futuro. El hinduismo cree que tal como fue la «
edad dorada» así volverán a ser las cosas en el futuro. Volverá una era de belleza y de armonía. El hinduismo no tiene una pareja inicial como Adán y Eva; ya que se dice que Brahma creó a ocho mil personas de una vez, mil parejas de cada una de las cuatro castas, que eran como los seres divinos. Los miembros de estas parejas se amaban entre sí, pero no engendraron hijos.
Sólo al final de sus vidas engendraron dos hijos cada una de estas parejas; pero no mediante un acto sexual, sino mediante el poder de la mente. Por esta razón la Tierra se pobló de seres espirituales. Pero este feliz estado de cosas perduró hasta que los espíritus negativos, además de dioses de todo tipo, introdujeron el caos y la confusión entre los seres humanos.
Se describía a los dioses como seres enormemente poderosos e inmortales, pero que eran semejantes a los seres humanos en todos los demás sentidos y que estaban dotados de personalidades individuales. La más alta de estas deidades era el «
Príncipe del universo, que lo gobernaba todo». Los dioses hindúes son tantos, tan diversos y están tan interrelacionados entre sí que se necesitaría todo un libro para describirlos en mayor detalle. Pero lo que es significativo son
las muchas referencias a que los dioses dominaban el arte de viajar por el aire y por el espacio por medio de máquinas voladoras de toda clase y de todo tipo. Y todos estos objetos voladores se describían como reales y con estructura física, por lo que no podemos considerarlos como espirituales o fruto de la fantasía y la imaginación.
En los textos religiosos hindúes se describen con gran detalle aparatos voladores con terribles armas. Sobre todo en los Vedas, que se tienen por las fuentes más antiguas. La palabra
veda significa «
conocimiento sagrado». Uno de estos textos, el
Rigveda, es una colección de 1.028 himnos a los dioses. Afirma sin ambigüedades que estas máquinas voladoras venían del cosmos a la Tierra y que los dioses descendieron personalmente a impartir conocimientos a los seres humanos. Del mismo modo que en las leyendas judías, en los textos hindúes se describen batallas entre los dioses; pero no en un cielo indefinido de gloria espiritual, sino «
en el firmamento sobre la Tierra». En el «
Vanaparvan», que pertenece al
Mahabharata hindú,
se describen las residencias de los dioses como lugares situados en el espacio, que giraban en órbita muy por encima de la Tierra. Lo mismo puede encontrarse en el
Sabhaparva. Estas enormes estaciones espaciales tenían nombres tales como Vaihayasu, Gaganacara y Khecara. Eran tan grandes que las naves-lanzadera, llamadas vimanas, podían entrar en su interior por enormes puertas. Vamos, igual que una novela de ciencia ficción.
El origen ario de las religiones de la India puede verse en el uso de la esvástica, que se encuentra por todas partes en los templos de la religión hindú, así como en símbolos, altares, escenas e iconografía en India y Nepal, tanto en el pasado como en nuestros días. En el hinduismo, los dos símbolos representan las dos formas del Brahman (el concepto impersonal de Dios). En sentido de las agujas del reloj representa la evolución del universo
(pravritti), representada por el dios creador Brahmá, mientras que en sentido antihorario representa la involución del universo
(nivritti), representada por el dios destructor Śiva. En el budismo la esvástica se usa en posición horizontal (
a diferencia de la esvástica nazi, que aparece rotada 45 grados en la bandera del III Reich alemán). Al menos desde la Dinastía Liao forma parte de la escritura china (como 卍 (en pinyin: wan4), simbolizando el carácter 萬 (wan4) quiere decir ‘
todo’, y ‘
eternidad’, y como 卐 que apenas se usa.) Las esvásticas (
girando a derecha o a izquierda) aparecen sobre el pecho de algunas estatuas de Buda. En el
jainismo el motivo de la esvástica se combina con el de una mano. La razón es que, en el jainismo, este símbolo representa a su séptimo santo, y las cuatro manos son también usadas para recordarle al adorador los cuatro posibles lugares de nacimiento; el mundo animal o de las plantas, el infierno, la Tierra, o el mundo de los espíritus.
Anteriormente nos hemos referido a antiguos textos hindúes, que no están perdidos, sino que se encuentran en importantes bibliotecas (incluso digitales) a disposición de quien quiera leerlos. En la parte del
Mahabharata llamada «
Drona Parva», podemos leer que “
tres ciudades grandes y hermosamente construidas giran alrededor de la Tierra. De éstas se extiende la discordia a las gentes de la Tierra, y también a los propios dioses, en una guerra de proporciones galácticas.
Siva, que viajaba en un carro muy excelso que estaba compuesto de todas las fuerzas del cielo, se preparó para la destrucción de las tres ciudades celestiales. Y Sthanuy, jefe de los destructores, azote de los Asuras, gran luchador de valor sin límite, dispuso sus fuerzas en excelente formación de combate (…). Cuando las tres ciudades volvieron a cruzarse entre sí en sus caminos por el firmamento, el dios Mahadeva las atravesó con un terrible haz de luz de la boca triple de su arma. Los Danavas no podían mirar el camino de este haz de luz, que tenía el alma del fuego-yuga y contenía el poder de Visnú y de Soma. Mientras los tres asentamientos empezaban a arder, Parvati se apresuró a acercarse para contemplar el espectáculo”. Como podemos ver, los dioses del hinduismo libraban batallas entre sí «
en el firmamento», como el arcángel Ismael (
o Lucifer) en la tradición judía.

El la tradición judía leemos “
Ismael era el mayor príncipe de los ángeles del cielo (…). E Ismael se unió con todos los ejércitos más altos del cielo contra su Señor; reunió a sus ejércitos a su alrededor y descendió con ellos y se puso a buscar una compañera en la Tierra”. Y Enoc describió el motín de los ángeles, enumerando sus nombres.
Estas tradiciones de batallas en el cielo y de luchas entre los dioses, es realmente impactante, aunque las religiones ofrecen una versión muy simplista e infantil de estos hechos. En el hinduismo, los seres humanos alcanzan la serenidad absoluta por sus propios medios, a través de ciclos continuos de nuevos nacimientos durante los cuales mejoran y limpian su
karma. Pero en esta tarea son ayudados por los dioses y, en último extremo, por el dios universal Brahma. Pero los hinduistas también están familiarizados con la idea del regreso de los dioses. Visnú nacerá un día como Krishna y salvará a la Tierra de sus tribulaciones. Para los occidentales es un misterio el papel que desempeña en todo ello el concepto del
karma o de la reencarnación. ¿Quién informó a los hinduistas de un ciclo continuo de renacimientos, en el que llevan a cuestas sus obras buenas y malas de una vida a otra?
La compleja doctrina del karma se describe con gran detalle en la sorprendente religión jainista. El jainismo es, con el budismo y el hinduismo, una de las tres grandes religiones de la India. El jainismo surgió en el norte de la India siglos antes de la aparición del budismo y se difundió por todo el subcontinente. Sus seguidores afirman que fue fundado en tiempos muy antiguos y creen que sus enseñanzas son eternas e imperecederas. La religión jainista aparece recogida en una serie de extraordinarios textos prebudistas. La literatura teológica y científica del jainismo contiene relatos que hablan de hombres santos, canciones sobre los creadores primigenios, así como preceptos de todo tipo. Estos textos, de modo similar a la Biblia, están recopilados bajo el título genérico de
Shvetambaras. Se dividen en 45 secciones, cuyos títulos son todos auténticos trabalenguas. El «
Vyahyaprajnaptyanga» presenta todas las enseñanzas del jainismo con diálogos y leyendas. El «
Anuttaraupapatikadashan-ga» cuenta las historias de los santos primigenios que ascendieron a los mundos celestiales más altos. La sección titulada «
Purvagata» contiene libros y descripciones científicas. Dentro de ésta, el «
Utpada-Purva» trata de la formación y de la disolución de todas las diversas sustancias químicas. El «
Viryapravada-Purva» describe las fuerzas que están activas en la sustancia de los dioses y de los grandes hombres. El «
Pranavada-Purva» estudia el arte de la curación. El «
Lokabindusara-Purva» trata de las matemáticas y de la redención. Por si todo esto no fuera suficiente,
existen también los 12 «Upangas», que describen todos los aspectos del Sol, la Luna y de otros cuerpos planetarios, así como de las formas de vida que los habitan. Además, el «
Aupapatika» nos explica el modo de alcanzar la existencia divina. También en «
Prakirnas» se nos proporciona una lista de reyes divinos.
Aquí vale la pena detenernos en una descripción de esta verdaderamente sorprendente religión, casi desconocida, que creo habría que investigar más a fondo. El jainismo es una religión de la India, que se dice fue fundada en el siglo VI a. C. por Mahāvīra. Se trata de una religión no teísta y no reconoce la autoridad de los textos
Vedas ni de los brahmanes. En la actualidad, el jainismo está presente en la India oriental (Bengala), centro occidental (Rajastán, Maharastra y Guyarat) y meridional (Karnataka). Se calculan aproximadamente unos cuatro millones de fieles jainistas, siendo la séptima en número de fieles entre las religiones de la India. Originario del Subcontinente Indio, el jainismo (o más apropiadamente el
dharma jainista), fue fundado por el indio Mahavirá (549 – 477 a. C.). No se conoce mucho acerca del origen del jainismo, aunque según sus seguidores es una de las religiones más antiguas de la región y también del mundo, porque sus orígenes prehistóricos datarían de antes del 3000 a. C. y de los comienzos de la cultura índica del río Indo, con sus misteriosas ciudades, ahora en ruinas, de Mohenho Daro y Harappa. En el
Matsia Purāná aparece una mención al
jina-dharma, la doctrina de los jainistas.
Dharma es una palabra sánscrita que significa ‘
religión’, ‘
ley natural’, ‘
orden social’ o ‘
virtud’.
El jainismo es único en el hecho de que durante su historia es la única religión que nunca ha transigido en el concepto de la no violencia ni en el principio ni en la práctica. Sostiene que la no violencia es la suprema religión
(ahimsa paramo-dharma) y ha insistido en su observancia en pensamiento, palabra y acción a nivel individual y social. El texto sagrado
Tattvartha Sutra lo resume con la frase
“parasparopagraho jivanam” (
toda la vida se sustenta mutuamente). Un dios
arhat se destaca de los 24 dioses
jinas (‘
victoriosos’) principales, que vivieron en cada uno de los 3
ava-sarpinīs (
períodos descendentes de larga duración), que están divididos en seis etapas: bueno-bueno, bueno, bueno-malo, malo-bueno, malo, malo-malo. Los
avasarpinís alternan con los
ut-sarpinī, largos períodos ascendentes, cuyas etapas comienzan por malo-malo y terminan con bueno-bueno. El último
arhat que estuvo en la Tierra (en este último
avasarpiní) fue Mahāvīrá; el verdadero fundador del jainismo. Se cree que vivió en Bihar poco tiempo antes de la época de Buda (siglo VI a. C.). Los historiadores creen que las menciones al
jaina-dharma que aparecen en algunos
Purānas, demuestran que los textos védicos no son tan antiguos como pretenden los eruditos hinduistas.
La religión jainista tiene una cosmología y creencias elaboradas; llenas de nombres, categorías, clases, jerarquías, grados, órdenes, entre otros. Ellos creen que el mundo es eterno y carece de principio. No existe una divinidad personal, y todas las posibles divinidades —las almas de los perfectos arhat (divinidades humanas), por ejemplo— no son emanación ni manifestación de ninguna Unidad (el Todo o Absoluto), conceptos y realidades que son igualmente negadas y rechazadas en el jainismo junto con la de un dios creador. En su concepto de
Pananimismo toda la realidad es vida. Para el jainismo el universo es una totalidad viviente; todo ser posee un alma, más o menos compleja, diáfana o pesada. Desde la tierra o el viento, a los insectos o los mamíferos, todos los seres reflejan el universo y son dignos de respeto. El mayor pecado para el jainismo es causar daño a un ser vivo, aunque también hay que evitar dañar a la tierra o a las almas del agua o del aire. En coherencia con lo anterior, los jainistas practican la no violencia, el ayuno y la mortificación del propio cuerpo. A través de estas actividades esperan descargar su alma del peso de la materia kármica y evitar posteriores reencarnaciones.

La religión jainista presenta una perspectiva igualitaria de las almas, sin importar las diferencias en las formas físicas: humanos, animales y organismos vivientes microscópicos. Los humanos son los únicos poseedores de los seis sentidos: vista, oído, gusto, olfato, tacto y pensamiento; por lo tanto de los humanos se espera que actúen con responsabilidad hacia toda la vida, siendo compasivos, sin egoísmo, sin miedo, racionales y misericordiosos. Desde el punto de vista epistemológico, el jainismo es relativista, defiende que el conocimiento del mundo sólo puede ser aproximado y que, con el tiempo, incluso su propia religión acabará por desaparecer. La comunidad jainista distingue entre monjes y seglares. Los monjes se someten a una disciplina ascética superior a la de los laicos, aunque no ejercen el monopolio de la religión. Viven en un
jina-sadman (
monasterio jainista). Un
jina-rshi (
asceta jainista) asume cuatro votos: la no violencia, la sinceridad, la rectitud y la renuncia a las cosas y a las personas. Los
jina-kalpa son las ordenanzas practicadas por los
jinas (opuestas a aquellas de los
sthaviras). Consiste en cinco votos:
ahimsa (no violencia);
satya (veracidad);
asteya (no robar);
brahmacharya (castidad) y
aparigraha (desapego de lo material).
La religión jainista pone mucha atención en el
aparigraha, el desapego de las cosas materiales a través del control de uno mismo, penitencia, limitación voluntaria de las necesidades y consecuente disminución de la agresividad. El vegetarianismo es un modo de vida para un jainista, teniendo su origen en el concepto de
jīva dāya (‘
compasión por los seres vivos’) y el
a-himsá (
la no violencia). La práctica del vegetarianismo es vista como un instrumento para la práctica de la no violencia y la coexistencia pacífica y cooperativa. Los jainistas son vegetarianos estrictos (
dieta vegana) que consumen solamente seres sin sentidos (
sin sistema nervioso), principalmente del reino vegetal. Si bien la dieta jainista implica el aniquilamiento de cosas sin mente como son las plantas, esto se ve como la forma de sobrevivir que causa el mínimo de violencia hacia los seres vivos (
muchas formas vegetales como frutas o raíces son mejor vistas por el Jainismo por comportar simplemente la extracción de una parte de la planta y no su destrucción total).
Aparte de las escrituras antes indicadas, se supone que existieron libros en tiempos remotos, pero que se han perdido. Pero los jainistas creen que estas escrituras fueron transmitidas oralmente a los sacerdotes a lo largo de las generaciones. Y creen que siempre están apareciendo reencarnaciones de los antiguos profetas que revelan de nuevo su contenido, en la medida en que la gente y los tiempos estén preparados para recibir tales enseñanzas. Sólo se han conservado fragmentos de los textos perdidos, pero su contenido es realmente asombroso, tales como: “
Cómo viajar a tierras lejanas por medios mágicos; Cómo hacer milagros; Cómo transformar las plantas y los metales; Cómo volar por los aires”. También en la literatura sánscrita se describe el vuelo por los aires. Según las enseñanzas jainistas, la época en que vivimos no es más que una entre muchas. Antes de nuestro tiempo hubo otros periodos cósmicos y dentro de poco tiempo empezará una nueva época. Estas épocas nuevas siempre vienen anunciadas por veinticuatro profetas, los
tirthamkaras. Los profetas de nuestra época están naciendo ahora, o quizás ya sean adultos. Los líderes religiosos del jainismo dicen conocer sus nombres y otros detalles de sus vidas.

El primero de estos profetas (
tirthamkaras) fue
Rishabha y
se dice que vivió en la Tierra durante unos increíbles 8.400.000 años.
Rishabha era un gigante, pero los patriarcas que lo sucedieron fueron cada vez menos longevos y menos altos. Pero, no obstante, el vigésimo primero, que se llamaba
Arishtanemi, llegó a vivir 1.000 años y medía diez codos de alto. Sólo los dos últimos, Parshva y
Mahavira, alcanzaron una edad razonable. Parshva vivió cien años y sólo medía 2,74 metros de estatura, mientras que Mahavira, el vigésimo cuarto
tirthamkara sólo alcanzó los 72 años de edad y sólo medía 2,12 metros. Los jainistas sitúan la aparición de los
tirthamkaras en unos tiempos increíblemente remotos. Se supone que los dos últimos, Parshva y
Mahavira, murieron en el 750 y en el 500 a. C, respectivamente, mientras que el sucesor del primer patriarca Rishabha estuvo presente durante unos 84.000 años. Estos astronómicos números que se nos presentan deberían llamar la atención a los investigadores de mitos y de los teólogos. La razón es que tenemos un núcleo de tradiciones que se relatan en muchos libros considerados sagrados.
En la antigua lista de los reyes babilónicos se cuentan diez reyes desde la creación de la Tierra hasta el Diluvio, que reinaron durante un total de unos 456.000 años. Después del Diluvio, «
volvió a bajar del cielo el reino una vez más», y los 23 reyes siguientes reinaron durante otros 24.000 años. A los patriarcas bíblicos también se les atribuyen edades increíbles. Se dice que Adán vivió más de 900 años; Enoc tenía 365 años cuando ascendió en un carro de fuego, mientras que su hijo Matusalén vivió 969 años. En el antiguo Egipto el sacerdote Manetón dejó escrito que el primer monarca divino de Egipto había sido Hefaisto, que también había traído el don del fuego. Después de él vinieron Cronos, Osiris, Tifón, y Horus, hijo de Isis. Después de los dioses, los descendientes de los dioses reinaron durante 1.255 años. Y después vinieron otros reyes que reinaron durante 1.817 años. Tras esto, otros 30 reyes reinaron durante 1.790 años. El reino de los espíritus de los muertos y de los descendientes de los dioses abarcó 5.813 años. El historiador Diodoro de Sicilia, que hace 2.000 años escribió varias obras, confirma estas fechas. Desde Osiris e Isis hasta el reinado de Alejandro, que fundó la ciudad de Alejandría, en Egipto, se dice que pasaron más de 10.000 años; pero algunos dicen que ese periodo abarca en realidad unos 23.000 años. También el griego Hesíodo, en su obra “Mito
de las cinco razas de la humanidad”, escribió (
hacia el año 700 a. C.) que
originalmente los dioses inmortales habían creado a los seres humanos: «
Estos héroes de excelente origen, llamados semidioses, que en los tiempos anteriores a los nuestros residían en la Tierra sin límites…»
Los jainistas, como hemos visto, no son los únicos que relatan fechas tan astronómicas. Pero, además, muchos de sus escritos son revolucionarios desde el punto de vista de la ciencia moderna. Su concepto del tiempo, del
kala, parece formulado por un físico actual. Su unidad de tiempo más pequeña es el
samaya. Éste es el tiempo que tarda el átomo más lento en recorrer la distancia de su propia longitud. Una cantidad innumerable de
samayas constituyen un
avalika, y 1.677.216 avalikas componen un
muhurta, que equivale a 48 de nuestros minutos. Treinta
muhurtas equivalen a un
ahoratra, que es la duración exacta de un día y una noche. Si multiplicamos 48 minutos (un
muharta) por 30, obtenemos 1.440 minutos, que es exactamente el número de minutos que hay en 24 horas.
Pero la medida del tiempo de los jainistas tiene millares de años de antigüedad, y se dice que fue comunicada a los seres humanos por seres celestiales. Quince
ahoratras constituyen un
paksha, que es medio mes; dos
pakshas equivalen a un mes. Dos meses son una
estación; tres estaciones son un
ayana o temporada. Dos
ayunas valen un año, y 8.400.000 años son un
purvanga. Pero el cálculo continúa: 8.400.000 purvangas constituyen un purva (16.800.000 años). La cuenta de los jainistas llega hasta increíbles números de 77 cifras.
Más allá de estas cifras, los valores se dan en términos de conceptos concretos, semejantes a nuestros años luz, para una distancia tan enorme como 9.500.000.000.000 kilómetros. ¡Realmente asombroso!

Y para demostrar que todo esto no son simples fantasías,
tenemos que los mayas de la América Central utilizan cifras igualmente mareantes, y también las relacionan con el tiempo y con el universo del mismo modo que los jainistas de la lejana Asia. Los jainistas tomaron también de sus maestros celestiales unas definiciones de lo que es el espacio que resultan sorprendentes, y que hacen comprensible la relación de éste con el misterioso concepto del
karma. En los textos científicos de los jainistas, el átomo ocupa un punto en el espacio. Este átomo puede unirse con otros para formar un skandha, que abarca entonces varios puntos en el espacio o un número de éstos imposible de medir. Nuestra propia ciencia enseña lo mismo: dos átomos pueden formar una cadena de proporciones mínimas, pero también existen cadenas moleculares que contienen muchos millones de átomos. Estas cadenas atómicas producen sustancias y materiales de diversas densidades. Las enseñanzas jainistas distinguen seis formas principales de cadenas o conexiones de este tipo:
Fino-fino: cosas que son invisibles; Fino: cosas que también son invisibles; Fino-áspero: cosas que son invisibles pero perceptibles por el olfato y el oído; Áspero-fino: cosas que se ven pero no se sienten, como las sombras o la oscuridad; Áspero: cosas que se reúnen por sí mismas, como el agua o el aceite; Áspero-áspero: cosas que no se reúnen sin ayuda exterior, como la piedra o el metal.
En el jainismo, hasta una sombra o un reflejo se consideran materiales, porque son producidas por una
cosa. Ni siquiera el sonido se clasifica en la categoría de «fino-fino», sino que se considera una materialidad fina, resultado del «
frote de grupos de átomos entre sí». Según esta enseñanza, la sustancia «fina-fina» puede penetrarlo todo y, por lo tanto, puede desempeñar una influencia modificadora sobre otras sustancias.
La sustancia que penetra en un alma se expresa como karma, lo que nos vuelve a llevar al tema de la reencarnación. Se considera que el karma es eterno, lo que podría aportar una idea de inmortalidad de la esencia de cada ser. Actualmente se sabe que todo tipo de materia se puede reducir al nivel atómico. Y el mismo átomo está compuesto de partículas subatómicas, entre las que destaca el electrón, que oscila a un ritmo de 10
23 veces por segundo.
Actualmente los jainistas considerarían la materia de este electrón como «fina-fina»: ya que no es posible captarla y, además, es inmortal. El átomo actúa como «
el espíritu dentro de la materia», de manera parecida a una onda de radio que penetra sustancias determinadas. Y resulta que los pensamientos de toda forma de vida influyen sobre sus obras. En línea con esto, el astrónomo y físico inglés Arthur Eddington escribió: «
La sustancia del mundo es la sustancia del espíritu». Y Max Planck, ganador del premio Nobel de Física, dijo lo siguiente:
“No existe la materia como tal. Toda la materia surge y se sustenta únicamente en virtud de una fuerza que hace oscilar las partículas”.
Toda existencia es un eslabón en una larga cadena y dado que nuestros pensamientos dirigen nuestros actos, estos actos dejan su rastro en nuestra mente y espíritu.
Los jainistas conciben lo que llamamos «alma» como la materialidad «fina-fina» del cuerpo físico. Esta materialidad penetra el cuerpo como el electrón al átomo. El electrón pertenece al átomo, pero los dos no entran nunca en contacto entre sí. El átomo puede cambiar de posición, unirse a otros para formar cadenas moleculares gigantescas, y siempre estará acompañado de electrones; pero lo raro es que no son
los mismos electrones, pues el electrón «salta» de un átomo a otro, por ejemplo, cuando se le aplica calor. Y en la misma milmillonésima de segundo en la que un electrón salta a un nuevo átomo, otro electrón ocupa el lugar que deja vacío.
De modo que tenemos una actividad «fina-fina» eterna e inmortal, una oscilación más allá del átomo material. Los jainistas ven el
karma del mismo modo.
No importa qué le suceda al cuerpo físico, que lo incineren o se pudra bajo tierra: el karma sigue siendo inmortal. Este
karma contiene toda la información sobre la forma vital a la que pertenece. A lo largo de la vida pensamos y sentimos; estos pensamientos y estos sentimientos se trasponen sobre la sustancia «fina-fina» del
karma.
Cuando este karma se forma sobre un nuevo cuerpo, ya contiene toda la información de su existencia anterior y sigue conteniéndola para toda la eternidad. Pero, dado que el fin último de la vida es alcanzar un estado de serenidad absoluta, siendo uno con Brahma, el
karma nos conducirá a esa meta por una serie de innumerables reencarnaciones. Esta manera de pensar no está demasiado alejada de la filosofía actual y de los descubrimientos de la física moderna (ver el artículo “
La física moderna, ¿debe algunos de sus conceptos a civilizaciones remotas?”).
Lo que puede sorprendernos es que unas teorías tan complejas fueran enseñadas hace miles de años por unos maestros que se dice que aparecieron de las profundidades del universo. La última época de los jainistas comenzó hacia el 600 a. C. con el último de los 24
tirthamkara, llamado
Mahavira, que era el hijo de un rey cuyo embrión se dice que fue implantado en el vientre de su madre, la joven reina, por seres celestiales. Un tema recurrente en muchas de las tradiciones existentes. Se espera que todos estos maestros celestiales de la Antigüedad reaparecerán, reencarnados en nuevos cuerpos. Existen muchas pinturas jainistas antiguas en las que aparece representado el vigésimo cuarto
tirthamkara, el profeta
Mahavira.
Por encima de la procesión en su honor flotan cinco misteriosas aeronaves celestiales.

Pero existen diferencias apreciables entre las expectativas del regreso de los dioses por parte de los jainistas y por parte de los cristianos, musulmanes o judíos. Estos últimos creen que aparecerá un Mesías que los juzgará, y mientras los fieles disfrutarán de la gloria celestial los infieles se asarán en el infierno. Los jainistas son más originales y no esperan a un solo salvador, sino a varios a la vez. Los profetas o
tirthamkaras regresan constantemente, en cada una de las épocas. Después de su aparición no hay un fin del mundo definitivo, no se alcanza el gozo celestial ni tampoco la condenación eterna, sino que comienza un nuevo acto en el teatro del universo. Los
tirthamkaras tienen menos de salvadores que de ayudantes. Preparan a los seres humanos para la época siguiente. Por eso se reencarnan como seres humanos, tal como vemos en las profecías de Enoc cuando se refieren al «
hijo del hombre». Pero su sustancia y su conocimiento kármico proceden del universo.
Son extraterrestres los que implantan el embrión en el vientre de la mujer virgen. Y es importante tener en cuanta que estas ideas proceden de hace varios miles de años antes del nacimiento de Cristo, por lo que los jainistas no pueden haber tomado del cristianismo el concepto del nacimiento virginal.
No es de extrañar que unos maestros cósmicos tales como los
tirthamkaras tuviesen grandes conocimientos en astronomía. De estas fuentes es de donde los jainistas aprendieron sus increíbles datos astronómicos.
Sus enseñanzas muestran que fueron capaces de medir las dimensiones del universo.
Su unidad de medida era el rajju, la distancia que recorre Dios volando en seis meses (curiosa unidad de medida, que sugiere un dios muy “humano”), cuando viaja a 2.057.152 yojanas por segundo (sea cual sea la correspondiente unidad de tiempo nuestro a la que la asimilemos, estamos hablando de velocidades inimaginables). Las enseñanzas jainistas dicen que la Tierra está rodeada por tres capas, que se diferencian por su densidad: densa como el agua, densa como el viento y densa como un viento fino. Más allá está el espacio vacío.
Es realmente asombrosa la semejanza con las conclusiones de la ciencia moderna, que nos habla también de tres capas: atmósfera; troposfera, que contiene nitrógeno y oxígeno; y estratosfera, con la capa de ozono. Más allá está el espacio interplanetario. Actualmente, la gente admite cada vez más la idea de que deben existir en el universo otras formas de vida aparte de las terrestres. Los jainistas lo han creído siempre: para ellos, todo el universo está lleno de formas de vida que están repartidas desigualmente por los cielos.
Es interesante advertir que aunque reconocen la existencia de las plantas y de las formas de vida básica en muchos planetas diferentes, afirman que sólo en algunos planetas determinados existen seres dotados de «movimiento voluntario».
Los filósofos de la religión jainista describen las diferentes características que poseen los habitantes de los diversos mundos. Los cielos de los dioses dependen de los Kalpas, que son un período de tiempo que comienza con la creación del Universo y termina con su destrucción y la total vacuidad en el espacio. Un kalpa consiste de cuatro períodos: el período de la creación, el período de la existencia, el período de la destrucción y el período del espacio vacío.
En ellos, al parecer, se pueden encontrar maravillosos palacios voladores: unas estructuras voladoras que forman muchas veces ciudades enteras. Estas ciudades celestiales están alineadas unas sobre las otras de tal modo que los vimanas (
los carros de los dioses) pueden salir en todas direcciones desde el centro de cada «nivel». Cuando termina una época y están a punto de nacer nuevos
tirthamkaras, suena una campana en el palacio principal del «cielo». Esta campana hace que suenen campanas en los otros 3.199.999 palacios celestiales. Enseguida, los dioses se reúnen, en parte por amor a los
tirthamkaras y en parte por curiosidad.
Y a continuación, transportados por un palacio volador, visitan nuestro sistema solar, y comienza una nueva época sobre la Tierra.

En el budismo, el concepto fundamental de la redención aparece bajo una forma muy semejante a la del jainismo, que era una doctrina
anterior a la llegada del Buda (560-480 a. C).
Buda significa «
el despierto» o «
el iluminado» y su nombre propio era Siddharta. Nació en el seno de una familia noble y se crió entre lujos en el palacio de su padre, en las estribaciones del Himalaya, en Nepal. A los veintinueve años de edad abandonó su hogar y se dedicó durante siete años a la práctica de la meditación, buscando el camino del conocimiento. Pero en los tiempos del Buda, los dioses de la mitología ya llevaban mucho tiempo de existencia. Después de su iluminación, sintió que era la reencarnación de un ser celestial. Se puso a predicar a sus discípulos el sendero óctuple, que podría conducir a todas las gentes a la iluminación. El Buda estaba convencido de que el futuro traería a otros budas y en su discurso de despedida el
Mahaparinibbana-Sutta habla de estos budas del futuro. Profetizó a sus discípulos que uno de ellos llegaría en una época en que la India estaría abarrotada de gente y las ciudades y las aldeas estarían pobladas tan densamente como gallineros. En toda la India habría 84.000 ciudades;
en la ciudad de Ketumati (la actual Benarés) viviría un rey llamado Sankha, que gobernaría a todo el mundo pero sin usar la fuerza, sólo por medio del poder de su rectitud. Y durante el reinado de este rey bajaría a la Tierra el sublime Metteya (también llamado Maitreya): un maravilloso y único «conductor de carros y conocedor de mundos», maestro de dioses y de hombres: en otras palabras, el Buda perfecto.
La profecía del Buda es semejante a las enseñanzas jainistas del regreso de los
tirthamkaras. El budismo habla también de las diferentes épocas, que se comparan con una rueda que gira. La única diferencia es que en el budismo estas épocas tienen una duración astronómica. La idea de las cuatro épocas, o seis, en el jainismo, sorprendentemente también está presente en la mitología sumerio-babilónica. Es frecuente encontrar unas mismas cifras en culturas que están muy alejadas unas de otras. Según las crónicas babilónicas, los antiguos reyes o monarcas del cielo reinaban durante miles de años.
La duración que se atribuye a los reinados de los dioses sumerios Anu, Enlil, Ea, Sin y Sama y Adad se asemejan mucho a las duraciones que se asignan a los yugas o épocas en la India (multiplicando por 100):
- Anu = 4.320
- Enlil = 3.600
- Ea = 2.880
- Sin = 2.160
- Sama = 440
- Adad = 432
- Kali-Yuga = 432.000
- Kali-Yuga = 360.000
- Deva-Yuga = 288.000
- Treta-Yuga = 216.000
- Dvapara-Yuga = 144.000
- Maha-Yuga = 4.320.000

El Kali-Yuga aparece dos veces, ya que el Kali-Yuga «
sin crepúsculo» tiene una duración más corta que el Kali-Yuga «
con crepúsculo». Si descontamos el número de ceros, la coincidencia de las cifras significativas demuestra la existencia de una fuente primitiva común. El número 4.320.000 del Maha-Yuga («
gran época») es idéntico al del tercer rey antediluviano
En-me-en-lu-an-na, que reinó durante 12 SAR (
año del planeta Nibiru, equivalente a 3600 años terrestres), o 43.200 años. Y el número 288.000 del Deva-Yuga corresponde al periodo de reinado del sexto rey,
En-sib-zi-an-na. Éste duró 8 SAR, o 28.800 años. La referencia más antigua a una época remota del mundo se encuentra en la antigua Grecia, en la obra del poeta Heráclito. Habla de un periodo de 10.800.000 años, que se corresponde exactamente con el segundo periodo de los antiguos reyes de Sumeria: 30 SAR
, o 108.000 años. Estos números no tienen ninguna relación directa con el regreso de ningún salvador, pero ponen de manifiesto la base común que comparten las diversas tradiciones.
La única manera de explicar estas coincidencias es suponer que en los albores del tiempo debió existir una cultura original única. Esta fuente común se remonta a tiempos muy antiguos, pues de lo contrario se hablaría de ella en las crónicas históricas.
En todas las culturas se manifiesta la idea del regreso de los dioses bajo una forma u otra, pero siempre está relacionada con las estrellas y con salvadores que vienen de más allá de la Tierra. Por otra parte, se suele hablar de embarazos producidos mediante embriones que implantan los «
dioses». Hay que suponer que estas ideas tienen un origen común. Son realmente sorprendentes unas crónicas tan precisas en primera persona y todos los detalles de fechas y nombres. No es creíble que Enoc se inventara la larga lista de nombres y de funciones de los «ángeles» amotinados, como tampoco la idea de medir el universo con el número de 2.057.125
yijanas. Tampoco la fantasía parece servir para explicar la coincidencia de fechas de diversas tradiciones culturales ni la idea generalizada de que se realizaron fertilizaciones artificiales e implantes de embriones. Pero las religiones más modernas transformaron estos conceptos y, aún hoy, los católicos consideran que Jesús nació virginalmente de María. También en la antigüedad todos los grandes dioses y dioses-reyes tenían que tener unos origines virginales para ser tenidos en cuenta.
Se decía que la semilla que, al crecer, se convirtió en el rey acadio Hammurabi (de 1726 a 1686 a. C.) había sido implantada en su madre por el dios solar. Hammurabi se convirtió más tarde en el mayor de los legisladores. Mediante el
Código de Hammurabi dictó las leyes y reglas destinadas a ordenar la vida social humana. La estela de piedra de más de dos metros de altura, en la que se grabaron dichas leyes, fue desenterrada a principios de nuestro siglo en Susa. Hoy puede contemplarse en el museo del Louvre de París. El Código de Hammurabi contiene 282 párrafos, que afirma se los comunicó el dios del cielo, del mismo modo que Moisés recibió las
Tablas de la Ley directamente de Dios. En la introducción a su recopilación de leyes, Hammurabi dice expresamente que «
Bel, el Señor del cielo y de la Tierra» lo había escogido a él para que «
difundiese la justicia por la Tierra, para que destruyera a los malvados y para que evitara que los fuertes sometieran a los débiles». Y, naturalmente, el pueblo esperaba el regreso de su legislador. Lo único que podemos saber, volviendo la vista atrás, es que Hammurabi consiguió
algo notable, y que se distinguió de todos sus contemporáneos por varios actos que se salían de lo común. Naturalmente, podría suponerse que sólo se le atribuyera un origen divino
después de su muerte, si no fuera por la estela de piedra que tiene grabado su propio testimonio, escrito durante su vida, según el cual había sido elegido por los dioses.
Entendemos que la semilla del rey Hammurabi debía proceder de algún ser extraterrestre al que se identificaba como dios solar. Pero el esqueleto de Hammurabi no ha sido sometido nunca a un análisis genético y es muy típico rechazar la idea de que Hammurabi pudo haber mantenido contactos con seres de otros mundos mientras aceptamos los relatos de Moisés y de otros profetas.

El rey asirio Asurbanipal (668-622 a. C), en cuya biblioteca de tablillas de barro cocido se descubrió la
Epopeya de Gílgamés, también se dice que fue concebido virginalmente. Era hijo de la diosa Istar, que lo crió a sus pechos.
Istar debía de proceder de otros mundos, pues en un texto cuneiforme se dice: «Sus cuatro pechos caían sobre tu boca; tú mamabas en dos, y ocultabas la cara en dos». ¡Sorprendente! Y Asurbanipal recibía la autoridad de sus decisiones de los «
consejos divinos» de los dioses sumerios Bel, Marduk y Nabu. Este último era el dios omnisciente del que se supone que la humanidad aprendió la escritura. En el Louvre se conserva un relieve cilíndrico en el que Nabu aparece representado junto a Marduk. El templo principal de Nabu estaba situado en Borsippa y llevaba el nombre de «
Templo de los Siete Transmisores de Órdenes del Cielo y la Tierra». ¡Curioso nombre! Pero no todos los reyes y fundadores de religiones aseguraban llevar dentro de sí una «
semilla divina». Sólo algunos, en estos remotos tiempos, estaban convencidos de que llevaban un código genético muy especial, que debían transmitir. No debemos olvidar que aparecen relatos semejantes en muchas tradiciones diferentes y en diversos textos como los egipcios, los de Enoc, los jainistas y los apócrifos del Antiguo Testamento.
En los apócrifos del Antiguo Testamento se habla también de maestros divinos, a los que se llama «
ángeles caídos».
Y también en la tradición judía nos encontramos con numerosos personajes cuyo origen genético no era terrenal. Como ejemplo tenemos a Noé, cuyo padre terrenal era Lamec, pero que en realidad no era su padre biológico, tal como puede leerse en los manuscritos del mar Muerto. Según se relata, “
cierto día Lamec regresó a su casa de un viaje que había durado más de nueve meses. Cuando llegó se encontró con un niño recién nacido que no era de su familia, pues tenía los ojos, el pelo y la piel diferentes que sus progenitores. Lamec, furioso, interrogó a su esposa, que le juró que no se había acostado con ningún extraño, ni mucho menos con un hijo del cielo. Lamec, preocupado, fue a pedir consejo a su padre, que era el mismísimo Matusalén. Matusalén no le pudo aclarar la cuestión, de modo que fue a consultárselo a su vez a su padre, el abuelo de Lamec, que era el ya mencionado Enoc. Éste dijo a su hijo Matusalén que Lamec debía aceptar al niño como a su propio hijo y que no debía enfadarse con su esposa, pues los «guardianes del cielo» habían dejado la semilla en el vientre de su esposa. Lo habían hecho para que se engendrara el progenitor de una nueva raza humana tras el diluvio”.
Este episodio demuestra que Enoc, que posteriormente subiría al cielo en un carro de fuego, ya tenía información del diluvio catastrófico que se avecinaba. Se supone que se lo habían dicho los «
guardianes del cielo», así como también la fertilización artificial de la esposa de Lamec.
La asombrosa cultura de los tibetanos, que se difundió en altos valles de los Himalayas, incomunicados del resto del mundo, se refiere continuamente al «
rey altísimo del cielo». Los tibetanos establecen una clara y significativa distinción entre lo que llaman “
el cielo trascendente” y el firmamento.
Los reyes tibetanos más antiguos recibían el curioso nombre de «tronos celestiales».
Descendían de los cielos al servicio de los dioses y regresaban cuando terminaba su reinado, sin pasar por la muerte.
Poseían unas armas inimaginables con las que destruían o controlaban a sus enemigos. El aspecto de algunas de estas armas se ha conservado en el recuerdo popular; por ejemplo, el «
martillo del trueno», que todavía se venera en los templos tibetanos.
La leyenda del gran rey tibetano Gesar dice que subió a los cielos entre «una aparición celestial de luz». Cuando hubo establecido el orden en el país, desapareció de nuevo y volvió a su casa del cielo, no sin antes prometer que volvería algún día. De nuevo volvemos a encontrarnos con la promesa recurrente de retorno.

Al igual que los antiguos y misteriosos reyes de la China o los dioses-reyes del antiguo Egipto, el rey Gesar era considerado un maestro de la humanidad. Como ellos, era tenido por un «
hacedor de la humanidad», antes de cuya venida los seres humanos vivían todavía como animales. Si leen los artículos sobre la antigua Sumer, podrán ver las grandes similitudes entre estas tradiciones al respecto de la creación del hombre.
En la genealogía real del Tíbet, llamada Gyelrap, se registran los nombres de hasta veintisiete reyes, siete de los cuales se dice que bajaron del firmamento a la Tierra por una escalera de mano. Esto recuerda mucho a las tradiciones Mayas. E incluso en
los textos más antiguos se dice que bajaron volando a la Tierra en una caja (¿?). El gran maestro tibetano
Padmasambhava (llamado también U-Rgyan Pad-Ma), que recuerda a los complicados nombres jainistas,
se dice que trajo de los cielos a la Tierra unos textos indescifrables. Antes de su partida, sus discípulos depositaron estos textos en una cueva para conservarlos hasta «
una época en que fueran entendidos».
El propio maestro desapareció ante los ojos de sus discípulos y regresó al cielo en un «caballo de oro y plata». Una narración muy similar a la de Enoc y su ascenso a los cielos en un carro de caballos de fuego.
Al igual que con los jainistas y los mayas, también los libros sagrados del Tíbet hablan de números imposibles.
Se recuerda a cuatro grandes reyes divinos que vivieron nueve millones de años terrestres cada uno (¡!!!). También se describen diversos lugares cósmicos como residencia celestial de estos reyes, a los que se llega tras largos viajes por el espacio. Los números y los periodos que se mencionan recuerdan mucho la teoría de la relatividad de Einstein, con la diferencia de que los libros tibetanos
Kandshur y
Tandshur tienen miles de años de antigüedad. Pero estas ideas no sólo estaban extendidas en el Próximo y en el Lejano Oriente, sino que otras culturas, como la de los indios de América, tenían ideas similares. Por ejemplo, los abenaki son una confederación de tribus amerindias, cuyo idioma pertenece a las lenguas algonquinas, que conforman la mayor subfamilia de la familia álgica de los nativos norteamericanos. Su nombre procedía de
wabunaki “
los que viven a la salida del sol” y comprendía las tribus
norridgewock,
penobscot,
passamaquoddy,
maliseet,
sokoki y
arosaguntacok. Menos las dos últimas, las otras ahora se consideran tribus independientes. Los relatos de la tribu
Wabanaki hablan de su maestro
Gluskabe, que les enseñó las artes de la pesca, la caza, la construcción de chozas, la construcción de armas, la medicina, la química, y la astronomía. Antes de concluir su trabajo sobre la Tierra y de subir a las estrellas prometió regresar en un futuro lejano. ¡Otra vez el recurrente retorno!
Hay una cita del dios maya Kukulkán, que dice: «
El pueblo tiene la firme seguridad de que subió a los cielos». Y, asimismo, también prometió regresar. Esta claro que podemos deducir una clara relación entre estos fragmentos de las distintas tradiciones y mitos. No tiene mucha lógica decir que diversos pueblos de todo el mundo aprendieran a esperar a sus dioses después de escuchar a los misioneros cristianos, ya que todas estas tradiciones son muy anteriores a la época cristiana. Cualquier cultura que analicemos, además de las antes indicadas, como la de los aborígenes de Australia, la china, la incaica, corrobora esta evidencia. Solo debemos recordar que los conquistadores Pizarro, en el Perú, y Cortés, en México, fueron recibidos como si fueran dioses que habían regresado.
Los dioses que se van y vuelven son un fenómeno global. Pero la pregunta del millón es:
¿quién ha de regresar, y
cuándo? Los cristianos y los judíos esperan al Mesías, mientras que los musulmanes esperan al Mahdi. La palabra «
Mesías» significa «
el ungido», y procede del hebreo
maschiach (en griego,
christos), que significa «
el rey ungido». Pero es evidente que no puede representar a un rey terrenal, pues la palabra «Mesías» excluye la posibilidad de que sea un ser humano:
«Mesías es el nombre de un ser divino, de un ser que se supone debía existir antes de que existieran seres humanos». El denominador común de los conceptos asociados al «Mesías» es su gran poder, ya que se supone trae un nuevo orden.

El Mesías se supone que está inspirado y elegido por Dios. Según las diversas religiones es un «
hijo del hombre» concebido por la divinidad, mediante su semilla, embrión y
karma de la divinidad, que se dice que ha residido cierto tiempo en la Tierra, después asciende a los cielos y regresará algún día. En fin, parece que se refiere a uno o varios seres extraterrestres, semejantes a dioses, que vinieron alguna vez a la Tierra. También, en muchas tradiciones, el regreso de los dioses se asocia a algún tipo de
Día del Juicio o de ajuste de cuentas final, así como a una serie de sucesos normalmente catastróficos. Cada religión añade su propia interpretación para reforzar su propio mensaje y para asegurar la salvación exclusiva de los fieles. Pero los mitos que configuran el núcleo de todas estas creencias son mucho más antiguos que estas religiones, ya sea la cristiana, la judía, la musulmana o la budista. Por lo tanto la pregunta de quién ha de venir sigue en pié,
Todo parece indicar que quién regresará con ejércitos celestiales y grandes señales en el firmamento serán los seres extraterrestres que han sido venerados como dioses por numerosas culturas y desde la más remota antigüedad.